SÉNECA DIGITAL

Revista digital del IES Séneca


mayo de 2007

número 0
ISSN: 1988-9607
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Cuento premiado en V CERTAMEN ANDALUZ PARA ESCRITORES NOVELES

LO DESAFORADO DEL SILENCIO

Cuento

ANA ISABEL CASTRO VALERO ha obtenido una beca de formación en la Escuela para Escritores Noveles, en el V Certamen Andaluz para Escritores Noveles, convocado por la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, dentro del marco de actuaciones del Pacto Andaluz por el Libro (PAPEL).

Ana Isabel Castro Valero
Alumna / 1º Bachillerato B.

[|LO DESAFORADO DEL SILENCIO|]

No era sólo el mar. No era sólo el estar en la playa sintiendo cómo cada ola azotaba violentamente su corazón al compás solitario y susurrante de una brisa incipiente, que traía consigo los más ciertos olores del país de la nostalgia, ola tras ola, murmullo tras murmullo, silencio tras silencio. Eso era lo más pesado: el silencio. Después de tantas difíciles palabras que procesar y tantos acontecimientos inesperados, el silencio se rebelaba ahora como el más afilado puñal: el que hace derramar sangre de amores destilados bajo algas de pecados e incertidumbres. Poesía, viento y mar. Anhelos, muerte y desesperación. Ebrios compases que rozaban lo desaforado de la quietud ferviente y pudorosa en el solsticio final del alma.

La continuidad del mar amenazaba con un clavel de sangre marchita la soledad a la que el alma de Elisabeth se había condenado desde hacía ya demasiado tiempo como para poder contarlo en primaveras: un vestigio del pasado en cada sonrisa y el maleficio del tiempo... Siempre el tiempo. El tiempo que se tornaba insuficiente en sus años de juventud y que ahora parecía convertirse en una maleta demasiado pesada como para llevarla consigo en su viaje, tras permanecer mucho más tiempo del necesario parada, estancada.

Ella había formado parte de esa generación luchadora que había sabido estar al frente de la situación cuando las cosas estaban en proceso de cambio. Estrenando su juventud en cada poro de su piel había saboreado gustosamente la llegada de la democracia, alzándose a voz en grito para celebrar lo positivo de las rupturas, de los puntos y aparte tras los cuales comienza una nueva historia, aunque nunca se deba olvidar el pasado. Había presumido durante toda su vida de ello, de defender con ahínco sus ideales, su patria, de haber contribuido a hacer emerger la economía siendo una universitaria modelo de las que lanzaban panfletos dentro de una atmósfera demasiado densa como para escuchar las tiernas inocencias de las almas que comienzan a vivir. No había cesado hasta convertirse en una triunfadora y sin embargo... Las grandes caídas tienen un precio alto a pagar. Cuando las fuerzas fallan porque el máximo ya se ha alcanzado... Sólo queda el desastre, el caos... Y ese torrente de rutinas diarias te obliga a continuar, aun habiendo olvidado cuál era el objetivo, porque siempre debe haber una meta... Sí, era ella la que ahora estaba frente al mar, compartiendo lo desaforado del silencio y sintiendo cuán pesado parecía poder encontrar el rumbo perdido.

Ola tras ola. El mar nunca frena su acción devastadora, que para ella se tornaba ahora curativa. La música que fluía en su cabeza hacía danzar sentimientos y pensamientos en un vaivén de suspiros y anheladas caricias. Sus pies habían continuado recorriendo la playa hasta el momento, guiándose por las directrices de un espíritu perdido que no encontraba suficientes respuestas en este caprichoso juego del sobrevivir, de la lucha sin final anticipado. Se detuvo frente al mar por primera vez en mucho tiempo. Quizás precisamente era eso lo que debía hacer: detenerse, hacer un alto en el camino, una parada. Por esta razón sus pies frenaron su marcha, porque eran incapaces de dar un paso más. Y se pararon. Y quedaron anclados en la arena mientras el agua llegaba y volvía a irse un segundo más tarde, al igual que lo hacen las cosas importantes en la vida: todo sustento, toda caricia, toda mirada, todo aliento de esperanza... todo lo importante para uno mismo siempre acababa yéndose para no volver... Y las páginas en blanco hay que romperlas con la arrogante tinta del deseo, aunque se carezca de fuerzas para levantar la vista y contemplar el horizonte, como hacía ahora ella. Elisabeth miraba al frente y no veía nada, porque ver no es igual que mirar, y al mirar no todos vemos lo mismo. Y el abismo es muy grande cuando la soledad nos arrebata el aliento para abrazar la angustiosa incertidumbre.

Hacía mucho tiempo que sus pies no rozaban la cálida arena, eterna compañera de la espuma del mar. Esa sensación le hacía recordar aquel verano que hizo las maletas y se marchó para descubrir sus profundidades, sazonadas con un amor de verano que le descubrió la grandiosidad del sentimiento más puro: el de libertad, una libertad nunca suficiente y siempre anhelada, pero libertad al fin y al cabo. El amor es el único sentimiento capaz de despertar lo inerte y Elisabeth no disfrutaba de ello. Su matrimonio había fracasado y, con ello, sus ansias de demostrar que todo es posible si se ama. Una pena que no avisen de la fecha de caducidad y de lo ineficaz de buscarlo externamente en momentáneas compañías a deshoras en un bar... Las soledades compartidas no son un vínculo de unión y su momento ya había pasado. Los recuerdos sólo eran eso ya, una instantánea gastada con las puntas quemadas por el paso del tiempo.

Elisabeth pretendía evadirse de la complejidad de sus reflexiones contemplando la aparición y desaparición continua de sus pies tras la llegada de cada ola. Pero se obligaba a mantener la vista alta, fija en el horizonte. Comenzó a avanzar pausadamente mar adentro. Se enfrentaba con rencor a cada nueva ola que se dignaba a estrellarse contra sus piernas desnudas. Rabia, pero no sólo eso. Dolor, sí, dolor, del que abrasa el alma y te derrite las esperanzas de encontrar una salida. Volvía a sentirse perdida y asustada. Volvía a ver el rostro inerte de su madre muerta, su único sustento y pilar principal abocado a un trágico final frente al cual ella no supo reaccionar. Volvía a verse recurriendo a la infalible fuerza que la impulsaba a coger un vaso del armario de la cocina: verter unos cuantos hielos y, a continuación, tomar entre sus manos decididamente la botella de whisky, tequila o vodka, calmando su ansiedad de un solo trago para recurrir a este proceso repetidamente hasta que se le hacía imposible mantenerse en pie. A ello respondía encauzando sus pasos hacia el dormitorio, apoyándose en la pared más cercana. Había ocasiones en que no encontraba ese sustento y caía al suelo, permitiéndole así a su alma que se desmoronara en silencio de un solo golpe en lugar de hacerlo sobre la cama de su dormitorio tras cerrar torpemente la puerta. Y es que cuando el dolor llega demasiado pronto, ya es demasiado tarde.

Su madre había elegido su nombre, Elisabeth. Siempre la había admirado. Ella era su referente, su calor de hogar. Ella y sus caricias la habían reconfortado en los más difíciles momentos. Pero se había ido para no volver. Y se había marchado sola sufriendo en silencio los efectos devastadores de un cáncer. Todas las familias tienen un centro y, cuando éste desaparece, sus miembros vagan sin rumbo buscando respuestas para hacer que todo funcione de nuevo. Y nada será como antes porque una madre es única, te aporta paz, seguridad, a su lado sabes que todo va a ir bien... Su esencia es eterna, imborrable. Cuando las cosas comenzaron a ir mal para Elisabeth, cuando descubrió que todo cuanto poseía carecía de sentido porque se sentía sola al lado de un frío y repugnante marido que gastaba sus noches en unas camas más ofertadas y de unas hijas que, al crecer, como todos los jóvenes, estaban demasiado ocupadas viviendo al límite, porque su excelente carrera de abogada quedaba obsoleta frente a las nuevas promesas mientras que el espejo no le devolvía la imagen de la Elisabeth que ella conocía, se refugió en su madre, en lo único que siempre había tenido a su lado. Y cuando más la necesitaba desapareció. Elisabeth había permanecido al lado de esa cama de hospital en la que reposó el cuerpo de su madre hasta que su alma decidió emprender el camino hacia la tierra de los sueños. Creyó que el dolor más fuerte era soportar cómo se le escapaba la vida de su madre entre sus manos, pero se equivocó: lo peor siempre viene después... De esta forma, el alcohol se convirtió en el aliado por excelencia del desamparo, en la oportuna huída fortuita. Una salida fácil y corriente, sí, pero la única que tenía cerca. Y hasta esa evasión resultaba insuficiente. Por eso Elisabeth buscaba ahora la compañía del mar.


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