SÉNECA DIGITAL

Revista digital del IES Séneca


abril de 2009

número 2
ISSN: 1988-9607
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Dublín

UNA CIUDAD PEQUEÑA REPLETA DE PEQUEÑOS MILAGROS

Nieves Marín Cobos
Alumna se 1º de Bachillerato

Siempre se me ha antojado que los castillos británicos parecen edificados con piezas de Lego. Cuando estuve en Dublín este verano, esa sensación alcanzó su máximo esplendor. Sé que puede resultar chocante, pero, para mí, la capital irlandesa parece una ciudad de juguete, en la que jugar y a la que le gusta jugar con el que por ella se pierde.

Una de las mayores riquezas que se pueden gozar es la innumerable cantidad de referencias literarias. No sólo nos encontramos con el acogedor museo de escritores, donde conocer, gracias a piezas únicas, la vida y obra de los grandes literatos del país, sino que se puede pasear por los mismos lugares que el Ulises de Joyce, echarse una foto con la colorida estatua de Oscar Wilde tras disfrutar de sus inmortales aforismos, grabados en unos pilares cercanos, o leer el epitafio de Jonathan Swift en la catedral de St. Patrick.

En este monumento, así como en la Christ Church Cathedral, o en el conjunto arquitectónico del Trinity College, se puede apreciar lo que mencionaba antes –que todos parecen constituidos con piezas de Lego. Son, como es propio, de un tono gris triste. Sin embargo, Dublín, a pesar de esto y de su cielo, gris también, está repleta de intensos estallidos de color. Esta viveza se la confieren sus parques, sus colecciones de valor incalculable (Chester Beatty Library), sus avenidas llenas de gente (O’Connell Street), y, quizás, hasta algún visitante mencione los artículos de Carroll’s, típica tienda de souvenirs repartida por todas las esquinas al estilo Starbucks. Pero, ante todo, es en el barrio de Temple Bar donde se respira esa atmósfera alternativa y relajada, espontánea y alegre, que cualquier urbe precisa para no deshumanizarse en exceso.

En definitiva, es verdad que, casi todo en Dublín, como el Halfpenny Brigde, alzado sobre el río Liffey, o la famosa estatua de la pescadera Molly Malone, suele ser más pequeño y menos espectacular en la realidad que en cualquier foto (sólo la biblioteca de dos pisos forrados de libros del Trinity College y un par de enclaves aparte pueden escapar de esta purga). No obstante, la decepción inicial se pasa pronto por el encanto, por la magia que flota en cada rincón de la ciudad, por el color que la inunda. El pequeño-gran milagro dublinés.


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