EDITORIAL

LA MIRADA DE CORTÁZAR

Luchó Cortázar durante toda su vida por mantener la mirada infantil que le permitía acercarse a esa otra realidad sólo accesible a los poetas. Luchó por ello y pretendió transmitir su inquietud a todo aquel que lo leyera. Pidió lectores activos, que saltaran con entusiasmo y decisión de una a otra casilla de la rayuela según le indicarán los impulsos de su corazón o de las mismas uñas de sus pies. Pidió cronopios.

Es difícil llegar a convertirse en un cronopio. Hay demasiado que quitarse, algo impensable en una sociedad en la que todo lo que se busca es ponerse. Pero hay caminos para rozar la piel de un cronopio. Caminos por los que nos guía una piedrita. Caminos que pueden ser creados por esa respiración unánime que es el Instituto Séneca.

Porque hay que robarle los ojos a Cortázar, esos ojos suyos tan magos, tan grandes, para ver más allá de los muros vetustos. Hay que robarle su oscura lucidez para sentir en el lugar impreciso entre el esófago y la boca del estómago en que brotan los sentimientos, que el Instituto Séneca va más allá de libros y de la tiza que te mancha sin que te des cuenta.

El Séneca reposa sobre las ilusiones de aquellos que buscan el otro lado de la educación. Profesores que un día idearon esta revista hace ya más de tres números. Profesores que supieron transmitir su pasión hacia un proyecto, a veces poco cierto, a sus alumnos, que han jugado a poner su granito de arena. Profesores que han sabido mantener vivo y aumentar el placer de sentirse partícipe de un equipo que sabe lo que quiere.

Muchos alumnos de los que empezaron ya han partido. Pronto otros se internarán en esa otra etapa vital llamada universidad. Y el mejor regalo que pueden dar a aquellos que continuarán su labor es la mirada de Cortázar que han recibido para que, poco a poco, Séneca Digital se consolide, para que rocemos la piel o, quién sabe, la uña del pie de un cronopio.