SÉNECA DIGITAL

Revista digital del IES Séneca


febrero de 2012

número 4
ISSN: 1988-9607
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EN EL CENTENARIO DE JUAN BERNIER

Pablo García Baena
Poeta

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J. Bernier visto por José Jiménez Poyato

Nace Juan Bernier el 14 de diciembre de 1911, en La Carlota, capital de la comarca cordobesa de las nuevas poblaciones de Andalucía, en la colonización que hace Carlos III de distintos terrenos deshabitados o refugio de bandoleros, considerados como desiertos [1]. Y nace Juan en uno de los edificios históricos que el monarca hace levantar: la Real Posada y Casa de Postas.

Sobre este lugar de su nacimiento y el posadero como su antepasado, contaba Juan, entre el humor y la fantasía, que en 1840 en su viaje por España, Teófilo Gautier se albergó una noche en la Real Posada. El ilustre viajero cree entrever la connivencia del posadero con los bandidos de los alrededores para despojar a los huéspedes.

Y en esta genealogía del pillaje, desde la broma de lo novelesco, se podría emparejar al tenebroso posadero con la arrogante contrabandista tía romántica de Ricardo Molina, que a lomos de una yegua mora llevaba, por las serranías malagueñas, el tabaco de Gibraltar a la Puente de Don Gonzalo. Linaje de pícaros este en el que me aventajan mis compañeros de Cántico: yo sólo podría proponer un inquisidor de Úbeda.

Hay un viejo lazo de amistad y paisanaje —mi madre era de La Carlota— entre los Bernier y mi familia: en el casamiento de mis abuelos el 26 de julio de 1871, uno de los testigos se llama José Bernier. Y cuando nace Juan Bernier Luque, quien lo inscribe en el registro civil es Alfonso Clérico Valle, apellidos enlazados a mi rama materna. Más cercano, mi hermano Antonio es aparejador y trabaja junto a Rafael Bernier, tío de Juan. Sobre sus ascendientes, los colones llegados en 1768, le oí decir varias veces a Juan, que provenían de un cantón suizo de habla francesa. De esas lejanas sangres europeas, heredaría Juan —son tiempos de la Ilustración y el enciclopedismo— su aire de sabio afrancesado y tolerante. Como Rousseau, el pedagogo y ginebrino, las calles del atardecer en Córdoba lo vieron inmerso en las Meditaciones de un paseante solitario, y así lo retrató, eterno, Ricardo Molina: “Juan Bernier misterioso y en silencio pasea”.

Era Juan un hombre solar, como nacido a la una del mediodía, según Casper y las viejas leyendas del dominio de los astros sobre los humanos. Era por tanto, un amante de la naturaleza, del goce de vivir, de la plenitud carnal, del saber mediterráneo. Mas ese sol en el día de su nacimiento ya declinaba hacia el solsticio de invierno, y entraba la luna dramática de las madrugadas, el culpable silencio y la indefensión, ya se refugia en los bosques de la tormenta.

He contado muchas veces, y también Juan, nuestro encuentro en la Biblioteca Provincial y posterior amistad. En esos días de 1940 y en las sucesivas tertulias iniciáticas de lo que luego sería Cántico, el diario quehacer de Juan era la prosa, se publicara o no, algún artículo, las fichas del patrimonio histórico cordobés, sus memorias, o intentos casi nunca terminados de relatos cortos o novelas imaginadas que casi nunca se terminan como podrían ser “El rapto de Gardenia” o “El diario del profesor Jacques”, no la poesía que vendría después con la cotidiana relación de los amigos. Solamente dos poemas, “Deseo pagano” y “Él llamaba a la muerte” son anteriores. Estos dos poemas magistrales se insertarían luego en Aquí en la tierra, tercer cuaderno extraordinario de Cántico, que saldría en diciembre de 1948 bellamente ilustrado por Miguel del Moral.

En el primer número de la revista, su poema “Canto del sur” da el testimonio más claro de su vinculación solar a una tierra donde viven “almas sin sombras, sonrientes ante cualquier metafísica sin perfume/ porque no hay ningún deseo que no puedan satisfacer aquí abajo”.
Desde ese primer número, la colaboración de Juan Bernier en Cántico es habitual. Unas notas sobre la poeta portuguesa Florbella Espanca, de la que traduce libremente seis sonetos aparecen en el número 3 y el artículo “La antifantasía poética y Cernuda” se convierte en una proclama, un pasquín a favor del realismo, de la poesía impura, terrenal, sin sueños idealistas. A estas reseñas en prosa le siguen siete poemas que encontraran su sitio en libros posteriores y a veces con distintos títulos.

Será sin duda aquel cuaderno de 1948, “Aquí en la tierra”, la piedra angular de la poesía de Juan Bernier, y en esa nueva vocación poética, con el casi abandono de la prosa —el goteo del diario era sólo una justificación enmascarada— tendría mucha influencia la carta que le dirige Vicente Aleixandre ante la confesión balbuciente de Juan de que él era novelista. Cito de la carta de Aleixandre: “¿Con que novelista? Pues este librito suyo me dice la cantidad de poeta que lleva usted dentro”. Me figuro el asombro de Vicente, hecho ya al panorama anodino de la poesía de aquellos años de aburrimiento dogmático, ante aquel mar bravío que llegaba a salpicar su diván de privilegio, aquel oleaje incontenible de los versos, aquel clamor de salmos heterodoxos.

Se viene repitiendo como aglutinante del grupo, el culturalismo, el uso deslumbrante del lenguaje y de las metáforas, el hedonismo y hasta la paganía. Todo esto está, con más o menos intensidad, en la poética de Juan Bernier. Mas lo que le hace distinto y hasta distante de sus compañeros es el treno profético, el clamor de una angustia por otra parte tan de moda en aquellos tiempos, pero que no es retórica ni convencional, sino que supura como una herida viva. Y en esa duda transgresora, en esa cólera de la denuncia, está la decepción del creyente, como en el blasfemo que espera el rayo del ángel exterminador. Hasta la ironía de algún verso lleva hiriente el dolor de la tierra ante el inmutable silencio divino: “pues no sabemos cuántos años luz ha de recorrer una oración para que a ti te llegue”.

Naturalmente Juan no fue un griego y sus dioses, mármoles o bronce, siguen sepultos bajo el olivo o el ciprés. Mas él supo entonar, en tiempos férreos, un himno dramático que a pesar de todo cantaba a la vida.

[1Texto leído por su autor en la mesa redonda, que con el título Juan Bernier, la vida, la poesía tuvo lugar en la Sala Orive el 23 de marzo de 2001 durante las jornadas de Cosmopoética 2011.


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