febrero de 2012
número 4
Lola Sierra Cano
Alumna de 1º de Bachillerato
Incierto.
Nuestro futuro es incierto.
No sabemos qué encontraremos al final de este camino que hoy recorre- mos con cautela, y en cierto modo es natural. Caminamos a ciegas por un sendero de infinitas posibilidades que, en realidad, se resumen únicamente en tener un futuro más exitoso que el que está sentado a nuestro lado.
Sin embargo, los sucesos que se dan a lo largo de nuestra vida son los que deciden por nosotros mañana. A los cinco años todas las niñas queríamos ser princesas; los niños, superhéroes. A los ocho, ellos soñaban con ser arqueólogos, como Indiana Jones, mientras que nosotras deseábamos ser las pintoras más famosas. Cuando cumplimos trece, a lo máximo que aspirábamos era a ser cantantes, imitando a Hannah Montana a todas horas.
Ahora tenemos dieciséis y lo único que tenemos claro es que nadie nos ha preparado para esto. De repente ya no eres un niño, ahora tienes que decidir cómo quieres que sea tu vida, ahora comienza el resto de tu vida y una decisión precipitada puede hundirnos durante los días que nos quedan (que no son pocos). Un sinfín de posibilidades se abren ante nosotros, pero estas bifurcaciones son derivaciones de dos principales: la que te llevará a la felicidad y la que enorgullecerá a tus padres. Porque una cosa es segura, son pocas las veces que ambos caminos llegan a la misma meta.
Ahora es el momento.
Es tu última oportunidad para echar un vistazo atrás y recordar qué era lo que sentías cuando hacías una cosa en lugar de otra y la ocasión de sacar conclusiones.
Y, sin embargo, acabarás por escoger la opción que mayor calidad de vi- da te dé, porque entre un restaurador de obras de arte y un ingeniero, el segundo siempre estará por encima.
Porque otra cosa no, pero el ser humano se ha encargado en los últimos años de acabar con lo único que nos diferenciaba a los unos de los otros, nuestra capacidad para crear un mundo a partir de una imagen. Está acabando con el arte para terminar creando una serie de clones exentos de vida, y sin la ayuda de la ciencia, solo apoyando a la tecnología que primero nos ayudó a mejorar y luego nos está sumiendo en la decadencia.
Actualmente, además, nuestro mundo sufre una crisis, no solo de identidad, sino también de posesión, pues parece que el hombre no es capaz de apreciar lo que tiene hasta que ve próximo el riesgo a perderlo.
Nuestros padres se sentían afortunados si, el día de los reyes, encontraban un regalo bajo el árbol. Ahora parece que si hay menos de un número X no estamos contentos; eso en el futuro nos pasará factura, pues no es lo mismo añorar algo que nunca se ha tenido que desear volver a tener lo que tan felices no hacía.
No solo no podremos pasar el resto de nuestra vida desempeñando un trabajo de nuestro agrado, sino que además sufriremos el asalto constante del angustioso sentimiento de la nostalgia por algo que ya no volveremos a tener nunca.
¿Juventud sin futuro?
No, juventud sin el futuro que esperaba. Juventud decepcionada, vacía.
ISSN: 1988-9607 | Redacción | www.iesseneca.net |