febrero de 2012
número 4
Juan Soler López
Profesor de Lengua y Literatura
Quiero traer a vuestra memoria un personaje que, sinceramente, me deleitó y aún hoy lo sigue haciendo, ahora treinta y tantos años más tarde en compañía, ya, de mi hija.
Esta niña es pecosa, de ocho años, pelirroja, parece de alambre, traviesa, aunque con buen fondo, desafiante con las costumbres sociales y amante de la naturaleza y, por supuesto, de la amistad. ¿La conocéis? Si es así es porque entre vosotros, chicos, y nosotros existe todavía algo que nos une emocionalmente hacia lo positivo. Tanto una generación, como la otra la conocen y la aprecian, pero, aparte de esta simpatía común, ¿podría haber algo más que no apreciemos con un simple vistazo?
Si recorremos los once capítulos que componen la serie observamos en Pipi las siguientes virtudes: es defensora de los débiles, pues defiende a un niño al que iban a pegar en el colegio un grupo de chicos, por un motivo estúpido; al personaje de circo Augusto “el Fuerte”, el hombre más fuerte del mundo, lo vence y le entrega, posteriormente, el dinero que le dan por conseguir tumbarlo; es generosa, pues no duda en invitar a Toni y a Anica, así como a todos los niños del pueblo en la tienda de golosinas, e incluso entrega regalos cuando es su propio cumpleaños; es excéntrica, sin duda alguna: piénsese, por poner un ejemplo, en su ropa, en cómo tiene su casa, o las compras tan extraordinarias que realiza. Es aquí precisamente, en esta característica, su excentricidad, donde radica su peculiar naturaleza: desafía todo y a todos, incluso hasta las propias leyes de la Naturaleza: tiene una fuerza descomunal, puede volar, y, por si fuera poco, inventa palabras (significantes) para las que busca un significado en cualquier parte, cuando el proceso natural, bien sería al revés.
Socialmente, Pipi se sitúa, a mi entender, fuera y dentro de la sociedad en la que vive: dentro porque por razones puramente físicas lo hace (el lugar concreto donde vive, Villa Kunterbun y el pueblo) y porque está, cronológicamente, en un punto entre los niños y los adultos; y fuera porque, aparte de sus amigos Toni y Anica, no se relaciona con casi nadie más: no va a la escuela, no quiere ir al Hogar Infantil, dirigido por el personaje de la Tía Fraselius, quien a su vez es representación del poder institucional; ataca por igual a ladrones y a policías: estos por ser elementos encorsetadores del sistema y aquellos por tratar de engañarla; vemos que es esencialmente muy buena, al tiempo que tiene un padre al que podríamos adscribir dentro de la piratería, aunque sea del lado bueno. Pero no es todo esto, lo mencionado supra, lo que me ha llamado la atención, sino la mezcla de colores, siempre los mismos, que aparecen juntos en, prácticamente, el 100% de las escenas, ya sea en algún detalle que la cámara quiere plasmar o bien en la aparición de cualquier personaje (vestimenta, utensilios…) de forma casi inadvertida, aunque la repetición es continua. ¿Cuáles son esos colores? El amarillo y el azul eléctrico, los cuales conforman la bandera de Suecia. ¿Casualidad? Desde luego que no si nos atenemos al porcentaje indicado.
Nada queda al azar en un texto de naturaleza artística, como es el cine. ¿Motivo por el que aparecen esos dos colores? Se me ocurren varias interpretaciones: desde un suave nacionalismo hasta una pretendida asociación de todas las cualidades citadas de Pipi en relación con los colores nacionales suecos, lo que no es sino redundar aun más en el nacionalismo (en sentido positivo): la exaltación de la virtud sueca.
Por ello, el título de esta disertación es una pregunta. No cabe la menor duda de que Pipi lo es (inocente), pero no todo lo que rodea a esta serie, ni a otras que son también de corte infantil.
Las imágenes proceden, respectivamente, de webs.ono.com y http://es-es.facebook.com/pages/Pipi-Calzaslargas/30215028919?sk=photos.
ISSN: 1988-9607 | Redacción | www.iesseneca.net |