febrero de 2012
número 4
Juan Soler López
Profesor de Lengua y Literatura
A menudo utilizamos el lenguaje con poco rigor, tanto al hablar, como al escuchar. Cuidado con esto porque las consecuencias pueden ser peligrosas.
En el presente artículo pretendo ser un poco apocalíptico, pues trataré de enlazar el título de este breve artículo “La importancia de cuidar el lenguaje o el atontamiento” con la literatura utópica y distópica, pues en este subgénero narrativo, la importancia del lenguaje es, cuando menos, relevante. Por tanto, considerémosla como un aviso para navegantes, en este caso nosotros, quienes, con cierta frecuencia y, teniendo en cuenta nuestro patrimonio lingüístico, deberíamos cuidar y proteger o, al menos, ser conscientes de la importancia de lo que tenemos entre manos, o, mejor dicho, en nuestra cabeza.
Cada palabra olvidada, mal usada o, incluso, desgastada supone arrinconar más y más nuestro lenguaje y ser, de forma directamente proporcional, menos y menos inteligentes (o quizá algo que tenga que ver con la inteligencia, porque de alguna manera nos repercute), por cuanto que el lenguaje –con todas las sutilezas que tiene- sirve para definir y clarificar la realidad, lo que implica, a su vez, una mejor aprehensión del mundo que nos rodea.
El lenguaje sirve, a mi entender, para no pasar dormidos por el mundo –y con esto no me estoy refiriendo tan solo a la escritura, que es una parte ínfima, a pesar del volumen de lo escrito-. Nótese que desde chiquitos vamos adquiriendo vocabulario, tonos, gestos. Dicho vocabulario no tiene que ser siquiera nuestro nombre; de hecho y por poner un ejemplo cercano a mí y absolutamente real, de mi hija, la primera palabra de la que yo fui consciente de que ella hubiese sido capaz de reconocer no fue papá ni mamá, ni su nombre, aunque de esto último no estoy tan seguro, sino botón, tras haber hecho un breve y sencillo experimento a primera hora de la mañana: señalar un día el botón de mi pijama y fijarse; al día siguiente decir en voz alta la palabra botón y acto seguido, mirar al lugar que previamente le había indicado el día anterior, lo cual podría haberse entendido como casualidad; pero no el tercer día, pues al decir botón, volvió a hacerlo: luego adquirió el significante y el significado de dicha realidad.
Hasta ahora poco he dicho del lenguaje que tenga que ver con la Literatura, en cuanto a adquisición y manipulación. Téngase en cuenta que Literatura, etimológicamente, es aquello que se hace con palabras, cualesquiera que sean y sin una finalidad estética ni lúdica, lo transmisible con letras, si bien la preocupación estética la ha acompañado la mayoría de las veces.
La Literatura, en cuanto creación estética, sí se ha ocupado del lenguaje, aunque no sea de una forma metódica y, probablemente, de forma secundaria, si exceptuamos a algunos autores, tales como Jonathan Swift en su célebre Los viajes de Gulliver.
Si nos introducimos en la obra de Los viajes de Gulliver, a poco que tengamos cierta perspicacia, notaremos que, más que una novela de viajes, que sin duda lo es, o de aventuras, que también, se preocupa bastante, cuando menos, del lenguaje. Por lo tanto, tenemos ya otra cosa al hilo de lo propiamente literario; una reflexión sobre la lengua.
Caso semejante y más cercano a mi propósito es la obra 1984, donde George Orwell explica la creación de una lengua artificiosa por parte del Estado. Hasta aquí todo normal si esa lengua no tuviese como última intención eliminar casi al completo la facultad del lenguaje, aunque suene a un juego de palabras.
El Estado, en esta obra distópica, preconiza un nuevo lenguaje, llamado neolengua, cuya principal función no es solo facilitar la adquisición de lo que nos rodea, ni el compartir, ni tan siquiera el acercar a las personas –que es para lo que en principio parece estar diseñado el lenguaje-, sino para acortar nuestra capacidad de conocimiento: debilitar las, complejas o no, estructuras sintácticas, perder matices aspectuales y semánticos –cada lengua con los suyos, en pos de una cerrazón y una mayor capacidad de manipulación por parte del poder. Nótese que en 1984 la sociedad mundial está dividida en tres grandes Superestados: Eurasia, Oriente y Oceanía, lo que debería traernos a nuestras mentes nuestra actual situación mundial globalizadora, que no globalizada aún del todo.
El protagonista de la obra, Winston Smith, un cualquiera en el mundo anglosajón como bien lo atestigua su propio apellido, se rebela contra esto al descubrir determinadas fisuras a través de las cuales aparecen contradicciones. Otro personaje, Syme, un filólogo, quien entiende perfectamente el porqué de la manipulación que el Estado está haciendo del lenguaje y, quien comulga con la doctrina estatal asimismo, es vaporizado (término de neolengua, “eliminado”); no por no ser servil, sino por ver las cosas con demasiada claridad.
El lenguaje nos hacer ser claros y exactos, al tiempo que nos defiende de posibles agresiones exteriores –parece que sean anticuerpos-, como la que el Estado está cometiendo en relación con sus conciudadanos: cuanta menor sea su capacidad lingüística, en principio, se supone que tendrán una menor capacidad de abstracción, de manipulación de problemas, de extrapolación de situaciones, etc. En definitiva, de poder manejar la situación.
Podría pensarse que lo que en el presente artículo se está tratando es algo limitado tan solo a la literatura, pero ¿quién de nosotros acierta a comprender, adecuadamente, los términos de una hipoteca bancaria, los cuales, en un mayor o menor plazo de tiempo pueden volverse contra nosotros, los firmantes de ella? Sirva este ejemplo por ser algo concreto y actual. Basta con echar un vistazo a la situación económica en la que nos movemos.
Por ello, a pesar de que aprender conlleva un esfuerzo notable para cualquier mente, ya sea joven o menos joven, considero importante realizar con cierta frecuencia el esfuerzo mental de ampliar el vocabulario, de cuidar la sintaxis, en definitiva, de tener conciencia de lo que estamos usando, pues es una herramienta poderosa contra el engaño. Es tener el celo necesario para darle continuidad a la competencia lingüística, lo cual no es algo que se consiga en tres ni en diez años, sino que es un proceso vitalicio.
Tomando como referencia la sintaxis –un apartado denostado muchas veces- me parece importante comentar el hecho de que esta, como el vocabulario, debe ser cuidada, pues al finalizar una idea, un discurso, deberíamos poder sentirnos satisfechos al haber sido capaces de entender y ser entendidos, por saber transmitir un contenido teniendo en cuenta a nuestro receptor, de manera que seamos capaces de ajustar, sintácticamente, la estructura ¿No es algo hermoso?
Pudiera parecer que el vocabulario y la sintaxis van por caminos diferentes, pero nada más lejos de la realidad, pues una y otra son estructuras (diferentes la una de la otra, eso sí) que se necesitan y que nos superan a todos, pues al tiempo que están dentro de nosotros, nos envuelven. La lengua y el lenguaje son ancianos en comparación con nosotros: han estado ahí desde que tenemos consciencia, si no antes.
Por todo lo dicho, creo conveniente y acertado el hecho de que debemos respetar la lengua, cualquiera que hablemos, pues cuidarla y preservarla suponen mejorarla, a la par que tener las herramientas precisas para poder captar mejor la realidad y lo que en ella ocurre.
Es por esta causa por la que estimo conveniente el que exista una educación o sistema educativo si se le quiere dar mayor formalidad, fuerte, de calidad, que permita frenar los posibles excesos adventicios de manipulación con el consiguiente engaño que pueden conllevar sobre todos los usuarios de la lengua.
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