SÉNECA DIGITAL

Revista digital del IES Séneca


febrero de 2012

número 4
ISSN: 1988-9607
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EL CANON LITERARIO DE ANTONIO VARO

Antonio Varo Pineda
Profesor de Lengua Castellana y Literatura

Del siguiente poema… ¿qué puedo decir? Sólo que, cuando en el verano de 2008 pasé dos días en Collioure, recorriendo los últimos pasos de Antonio Machado en su vida, estuve un rato en el cementerio, y ante su tumba recité de memoria y en voz alta el poema seleccionado. ¿Por qué «A un olmo seco» y no otro de los muchísimos poemas inolvidables que nos dejó el poeta? Pues porque, ya que ésta es una selección personal, diré que el poema provoca en mí, siempre que lo leo o lo recito, una intensa emoción, y como nos señaló Luis Antonio de Villena en su conferencia del pasado 18 de enero, un poema tiene que tener esas dos características, emoción e intensidad. Al poema de Machado no le falta ni le sobra una palabra, y todas las que tiene ocupan el lugar exacto, sobre todo si se conocen las circunstancias precisas en que se escribió: su jovencísima esposa estaba ya muy enferma, y el autor, al ver cómo la primavera ha hecho asomar unas hojas verdes en un árbol al que ya todos daban por muerto, se aferra a la última esperanza que le queda, y que Leonor pue-da «volver a vivir»: no otro es el sentido de los tres últimos versos, que sirven de clave in-terpretativa del poema: «Mi corazón espera / también, hacia la luz y hacia la vida, / otro milagro de la primavera».

Aunque es muy conocido y de facilísimo acceso en libros y también en internet, no me re-sisto a reproducirlo:

Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

Ojalá tú también, amigo y joven lector, disfrutes y te emociones como yo cada vez que lo leas.


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