febrero de 2012
número 4
Antonio Varo Pineda
Profesor de Lengua Castellana y Literatura
Vamos acercándonos al final de la lista. El noveno poema es también muy conocido, y siempre conmovedor. Conocí las circunstancias en que se escribió a través de un artículo aparecido en la revista «Ínsula», hace ya bastantes años. Y, al igual que el de Machado, me sigue emocionando por la rabia que le produce al poeta la muerte de su amigo, jovencísimo (Ramón Sijé murió con sólo veintidós años recién cumplidos); bueno, no me emociona la rabia en sí, sino la forma poética bellísima en que la expresa. El origen de esa rabia está en que Miguel Hernández no pudo, porque la muerte de Ramón se lo impidió, reconciliarse des-pués de la ruptura, primero ideológica y después personal, que había separado durante un tiempo a quienes desde la infancia habían sido amigos entrañables: así se entienden en toda su grandeza los incomparables cuatro últimos versos: «A las aladas almas de las rosas / del almendro de nata te requiero, / que tenemos que hablar de muchas cosas, / compañero del alma, compañero».
Las metáforas que usa Miguel Hernández son siempre espléndidas. La llamada furiosa a la tierra y a su amigo muerto estremecen profundamente desde su trágica belleza, pero además –porque las obras literarias no sólo son productos culturales, sino parte de nuestra vida, y en ella nos acompañan− en mi caso, querido lector, tengo que añadirle un plus de valoración y de recuerdo: en las Navidades de 1975 fallecieron en accidente de tráfico dos antiguos compañeros de estudios en este instituto Séneca, cuyas iniciales eran F.A.M. y R.G.O. El primero estudiaba Medicina y el segundo Historia. El entierro fue impresionante, y acudimos todos los que habíamos sido compañeros de ambos. Tras el funeral en la parroquia de la Inmaculada (Ciudad Jardín), acompañamos el féretro a pie hasta el ce-menterio de la Salud (situado muy cerca del instituto). En primera fila, dos de nosotros llevábamos en absoluto silencio una corona de flores con una cinta azul celeste (el color de la carrera de Filosofía y Letras), y en la cinta se había escrito, con letras doradas, la frase «Temprano levantó la muerte el vuelo»: es un verso de la «Elegía a Ramón Sijé» que, desde entonces, me pone un nudo en la garganta cada vez que tengo que leerlo o recitarlo en clase (y perdón por esta confidencia personal).
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