junio de 2015
número 5
Nuria Guillén Rivero Candela Arribas Parejas, María García Torres
Alumnas de 3º de ESO A
Todo el mundo se había ido ya de la habitación. La sobrina, el ama de llaves, todo el mundo se encontraba en el salón, dejando que don Quijote muriese solo y en paz, como él había pedido. Sin embargo, una sombra cruzó el patio y se detuvo frente a la ventana. Trasteó con ella hasta abrirla y se coló dentro. Mientras tanto, don Quijote, que había oído el ruido, se incorporó en su cama y encendió la luz, con la parsimonia del que está a punto de morir.
¿Quién anda ahí?
Su escudero, señor mío.
Ya te dije antes, Sancho, que ya no soy don Quijote. Soy Alonso Quijano.
Usted siempre será don Quijote, señor.
Sancho Panza salió de las sombras de la habitación y se acercó a la cama.
¿Por qué no quiere venir conmigo, mi señor? Podríamos vivir cien aventuras, que digo, ¡mil aventuras! Salgamos ahora mismo y para el amanecer podríamos estar en otra ciudad.
Soy viejo y cansado, Sancho. Mi locura ya se ha ido, y mis ganas de aventuras con ella. Las horas que me quedan son pocas, y lo más probable es que yo me haya ido antes de que el sol se asome de nuevo.
No diga eso, mi señor. Una aventura alegra el corazón y quita las penas. Ayúdeme a sacarle de aquí y le prometo la mejor aventura de todas.
Sancho, ven aquí.
Estoy aquí, mi señor.
Nuestras aventuras fueron maravillosas, pero ese tiempo ya pasó. Es tarde, y la otra vida me espera.
No se vaya, mi señor. No lo haga, por favor.
Quédate en silencio, mi escudero, y recuerda que aunque me vaya, siempre te estaré agradecido por todo lo que me has enseñado.
Cuando Sancho Panza abrió los ojos a la mañana siguiente, el corazón de su señor ya no latía.
María García Torres
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