SÉNECA DIGITAL

Revista digital del IES Séneca


mayo de 2019

Número 7
ISSN: 1988-9607
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Primer premio Modalidad A (Relato)

Marina Fernández Zafra, alumna de 3º ESO

Theia y el niño pequeño

Hester estaba nerviosa. Cerca tenía a Harvey y a Hope acompañándola aunque su mente pensaba en otra cosa, más bien, en otra persona: esa por la que ellos estaban ahí, Laila, su antigua amiga. Sentía que su corazón dolía cuando pensaba en ella. ¿Era muy tarde para arreglar sus errores del pasado? Desde que oyó que su ciudad natal entraría en guerra por casualidad, la tuvo en su cabeza, no podía ignorar el que ella se quedó. Sentía la conexión con su propio miedo crecer, al igual que su vínculo con Edhem, el dios del miedo. Recordaba el porqué Laila y ella tuvieron esa gran pelea muy bien: las alineaciones de cada una con sus respectivos dioses eran completamente distintas, solamente las unía una, entonces un día ambas explotaron. Ahí fue cuando se marchó. Viajó mucho hasta un pueblo donde conoció a Harvey y a Hope, con los que creó rápidamente una amistad. Ellos estaban con ella ahí, en mitad de su viaje, para buscar a Laila. Hope le dijo que iría bien, aunque su mente imaginaba miles de escenarios distintos que podrían pasar cuando la viera de nuevo. «¿Acaso ella esperaría verla después de tanto ahí».
La noche se adentraba. Después de comer algo, Hester se tumbó, miró las estrellas. El cielo estaba repleto de ellas, millones de pequeñas luces brillando. Noches como esas le recordaban a un mito que le contó a Laila de pequeña. Era sobre Theia, la diosa de la empatía: trataba sobre la única vez que se enfadó. Su hermana la traicionó y ella, tan dolida, no tuvo compasión aunque fuera la diosa de la empatía y envió miles de desgracias al mundo humano. Lo que Theia no sabía es que, en mitad de su ataque, consumida por la furia, su corazón volvería a ablandarse por un pequeño niño que intentaba salvarse casi en vano. Lloraba y estaba desesperado por poder salir de ahí. Paró todo, dándose cuenta de lo que estaba haciendo y, sin poder evitarlo, salvó al niño y, para que no volviera a tener miedo, lo llevó al cielo y lo convirtió en una estrella. Respiró hondo. Harvey se acercó a ella y agarró su mano. El corazón de Hester latía rápido de nuevo, aunque está vez era por otra razón.
—Sé que te preocupa lo que pueda pasar con Laila— hizo una pausa, giró su cabeza hacia ella—. Cálmate— apretó su mano—. Si ella no tiene una buena reacción, también está bien. Tú lo intentaste, quisiste arreglarlo, ella también sabrá que la guerra llegará pronto. Pasará, estará bien después de un tiempo, estarás bien— le dio una pequeña sonrisa y Hester también lo miró.
Las palabras de Harvey habían hecho su efecto, se sentía más relajada. Se alegraba de tenerlo a su lado. Siempre le gustaron las alineaciones de Harvey: belleza y amor, alegría y muerte, las primeras hacían que su presencia fuera muy agradable y, de alguna forma, eso la reconfortaba. Cada persona se alineaba con unos dioses: Athena; la diosa de la sabiduría, Darien; prosperidad, Theia; empatía, Aion; tiempo, Gyria; avaricia, Marek; guerra, Edhem; miedo, Dea; muerte, Kallie; belleza y amor y Eurione; alegría. Hester se alineaba con el miedo, la sabiduría y la alegría, compartía esta última con Laila y Harvey, ella también se alineaba con la belleza y el amor y la empatía. Las alineaciones de Hester eran poco comunes. Hester encontraba esa comodidad en Harvey que también sentía con Laila, a lo mejor era por las alineaciones de ambos. Tenía una nueva pregunta: ¿Qué pasaría entre ellos? Estaban yendo directos hacia un gran riesgo, la guerra en la ciudad empezaría en cualquier momento y ellos iban por Laila, pero, ¿lo lograrían? ¿Saldrían ellos vivos de todo eso? Harvey y Hope se volvieron muy importantes para ella, fueron su apoyo cuando estaba destrozada. También quería poder estar con Harvey. No quería perderles. Hester le agradeció. Esta vez, ella apretó su mano y le brindó una sonrisa. Él negó, no necesitaba agradecerle. Se quedaron ahí, tenían aún sus manos agarradas y compartían ese momento. Los ojos de Hester siguieron mirando las estrellas, ahora junto a Harvey. Cuando era hora de irse, lo detuvo. Tenía que aprovechar esa oportunidad.
—Espera— Harvey la miró—. Y-Yo… no te veo como solamente un amigo— le miró a los ojos— y no sé si esto va a funcionar o si vamos a salir vivos— unas lágrimas se acumularon en sus ojos, no quería pensarlo— pero quiero que sepas lo que siento. Estoy enamorada de ti y lamento mucho decírtelo ahora, en esta situación— señaló entre ellos— pero era ahora o nunca— terminó, se tragó unas lágrimas que amenazaban con salir.
—Hey, no pasa nada— estaba preocupado—. Va a salir bien, saldremos sanos y salvos y, después de esto, estaremos juntos. Te amo, Hester, tranquila— contestó Harvey asintiendo y sonriendo, apretó su mano, quería que Hester también asintiera. Ellos saldrían bien de esa. Se inclinó un poco y la besó. Fue un pequeño beso pero suficiente, transmitió bien los sentimientos que sentían.
Estaban ya en las afueras de la ciudad. Recuerdos golpearon a Hester, pensó en los soldados que vieron antes. La guerra podía empezar en nada, lo sentía, la incertidumbre y el miedo plagaban el aire. Estaba segura de que ya incluso podían haber empezado a matar a gente. No quiso pensar en si Laila ya fue una víctima.
—Necesitamos un plan— dijo Harvey—. Será difícil llegar a la casa— callaron unos instantes, pensando uno. Entonces, Hope habló:
—Harvey— lo señaló—. Tú te alineas con la muerte— estaban perdidos— ¿No os dais cuenta? Eso te da una conexión directa con Dea. Puedes, podéis, ir al inframundo. Podéis comprobar si está Laila, yo iré a la casa a buscarla mientras— ambos se quedaron atónitos, tampoco entendían el “podéis”—. Las alineaciones pueden ser poderes que todos tenemos. Crecimos escuchando leyendas de héroes que los compartieron entre ellos. Podemos intentarlo. Harvey puede preguntarle a Dea por Laila. Lo sopesaron, era casi imposible pero aceptaron. Debían intentarlo, tenían que hacerlo. Era eso o nada. Hope se fue corriendo a buscar la casa, Harvey y Hester harían lo que dijo.
—¿Preparada?— preguntó Harvey mientras le agarraba las dos manos. Iba a intentar traspasarle su poder para ir al inframundo. Hester asintió. Harvey la besó antes y le sonrió. Volvió a agarrarle las manos y se concentró mucho. Estaban listos. Hester se sentía extraña, una nueva sensación la atrapaba, tal vez incluso la tragaba. Vio que no era solamente que Harvey compartió su poder, sino que hasta estaba ahí, en el inframundo. Era oscuro y ella estaba sola. Su piel brillaba, como si fuera lo único vivo de ese lugar. A lo lejos, veía una luz igual. Era Harvey. Entraron solos. Había filas de personas, parecía que estaban en un profundo sueño. Vio que había una de personas que conoció: familia, amigos… Empezó a caminar, preguntándose si encontraría a Laila ahí. Su corazón pareció pararse, como si ella también estuviera en una fila. Comenzó a sollozar y a negar, a gritar. Quería que alguien la escuchase.
—¿Alguien me oye? ¡No puede ser! ¡No se suponía que debía de ser así! — gritó más fuerte— ¡Ella está viva! ¡Tiene que estar viva!— sus lágrimas la consumieron, se le dificultaba respirar. Se apoyó en el suelo. Entonces, recordó las leyendas…— ¡No lo permitiré!— sollozó más— ¿Dónde estás? ¡Quiero verte! ¡Haré un trato!
Harvey sintió un gran golpe. Dea ya lo había echado del inframundo y no pudo preguntar por Laila. Maldeció. Miró a su alrededor, no encontró a Hester. Hope vio la casa destruida, sollozó. Después, notó que tenía a Laila delante. Estaba segura de que era ella. «¿Por qué lloraba también?» Compartían un secreto con la mirada, lloraron más. Esa noche, el corazón de Laila se sentía pesado. No podía creérselo, lo poco que pudieron decirse. Lloró en la cama del lugar en el que se quedaron, recordando las palabras grabadas de Harvey y de cómo lo hicieron. Buscó en lo más profundo de su corazón, buscó empatía y rogó… «¿Acaso fue real?» Laila no quería ilusionarlos, aunque se lo dijo.
Laila miró a Harvey preparar a su caballo en el jardín, fuera de la casa que compartían los tres. Sabía que ese día llegaría pero no se creía que ya fuera, aunque pasaron meses.
—Sabes que puedes volver siempre— le dijo acercándose a él.
—Lo sé— afirmó—. Y, si lo hago, espero que sea con ella. La seguiré a donde sea que vaya hasta poder reencontrarnos. Laila hizo una nostálgica sonrisa. No cambiaría de opinión, era su decisión, al fin y al cabo. Le abrazó. Harvey se despidió de Hope. Laila vio como se montaba en su caballo y se alejaba, guiado por las estrellas que ya aparecían. La verdad era que también esperaba que, si volvía, fuera con ella.

La leyenda era conocida por todos. La escucharías en la boca de reyes hasta en la de vagabundos, en la de ancianos como en la de jóvenes.
Un chico montando a caballo por el bosque, pueblos, acantilados… En el cielo, si mirabas bien, encontrarías una estrella reciente que brillaba más que ninguna. El chico esperaba atento mirándola. La luz de la estrella aumentaba más y más hasta que parecía que ocupaba todo el cielo, entonces, aparecía una chica. Ella sonrió y su mirada se cruzó con la del joven. Se acercó hasta que pudo acariciar su mejilla y la besó. La agarró de la mano y se fueron juntos hasta que los rayos del sol volvieran a separarlos hasta el siguiente atardecer.


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