SÉNECA DIGITAL

Revista digital del IES Séneca


abril de 2008

número 1
ISSN: 1988-9607
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Cuento

MI PRIMO CARLOS CITROËN

Antonio Varo Pineda
Profesor de Lengua Castellana y Literatura

En realidad yo conocía muy poco al primo Carlos. Lo había visto algunos veranos cuando iba de visita, con sus padres, a ver a mi tía y a su familia. Carlos debía de ser tan sólo uno o dos años mayor que yo y, la verdad, no supe qué pensar cuando la tía Frasca me dijo que tenía una historia muy curiosa, porque yo a mi primo lo había visto como un tipo de lo más corriente.

–Tu primo Carlos no nació en esta casa, es el único que no. El año en que mi hermana estaba embarazada para tenerlo a él, no estaba viviendo en Monterrubio, sino en Posadas, porque su marido, el tío Pablo, era en ese momento el administrador de unas fincas de por esa zona. Acercándose el momento del parto, mi Josefina decidió coger un coche de línea y venirse al pueblo, como había hecho en el caso de los otros. Estaba esperando que llegara el Saure para que la llevara a Córdoba y, allí enlazar con otro coche que la trajera hasta este pueblo y esta casa. Pero de pronto, media hora antes de que llegara el Saure, empezó a sentir las primeras contracciones. “¿Y ahora qué hago yo, Dios mío?”, se dijo. La tía Josefina iba sola, porque el tío Pablo se había quedado en la finca, con la idea de venirse al día siguiente. En aquel tiempo casi nadie tenía teléfono y era imposible hacerle llegar la urgencia a su marido. De modo que ella le dijo a otra mujer que estaba esperando al mismo Saure que se iba a poner de parto, y no se les ocurrió otra cosa mejor que parar al primer coche que vieran para que la llevara a toda prisa a la Residencia.

Yo estaba con los ojos fijos en los labios de la tía Frasca, esperando que siguiera una historia que estaba empezando a fascinarme. Ella prosiguió:

–El primer coche que pasó fue una furgoneta Citroën, mi hermana se acuerda hasta de la matrícula, era el CO–20.417 –aquí la tía Frasca se paró un poco para reírse de la ocurrencia de su hermana–, también tiene delito, estar en esa situación y lo primero que hace es retener en la memoria la matrícula del coche. La furgoneta iba cargada de melones, que el hombre iba a dejar en uno de los puestos que ponen por la calle, tú sabes que en Posadas hay muy buenos melones, y como era verano, se pasaba el día de aquí para allá. La tía Josefina se acuerda perfec-tamente de que la furgoneta estaba impregnada del olor de los melones, un olor dulce y caliente que resaltaba más porque entonces no existían los camiones frigoríficos. Total, que mi hermana y la otra mujer le dijeron al conductor lo que pasaba y le pidieron, por favor, que como la Residencia está a la entrada de Córdoba por la carretera de Posadas, pues que la llevara con toda urgencia a ingresarla.

El hombre se prestó con toda educación. Debió de ponerse nervioso, porque eso no le pasa a uno todos los días, pero aceptó el encargo. Claro que, estando ella como estaba, gorda a punto de reventar y cargada con dos maletas, era fácil que le diera lástima. Empezaron el viaje y, al sentarse en el coche, las contracciones parece que cesaron durante unos minutos. Pero volvieron enseguida. La carretera es estrecha, llena de curvas y de baches, y con el vaivén del coche –tú sabes cómo bailan los Citroën, que parece que van sobre un colchón de muelles– empezaron otra vez las contracciones, y esta vez con más fuerza todavía, que el niño estaba ya llamando a la puerta, vamos.

Total, que mi Josefina no tuvo más remedio que tragarse la vergüenza y decirle al hombre: “Pare usted aquí, que voy a dar a luz, que es que no puedo más”. Imagínate la cara que pondría el conductor, pero qué iba a hacer el pobre, pues parar la furgoneta y tratar de ayudarle a mi hermana. Y eso fue lo que hizo. Apartó el coche un poco de la carretera, se salió, abrió la puerta del lado derecho, hizo que mi hermana se girara y allí, la pobre, pues eso, que tuvo al niño, que fue recogido por ese hombre, en sus manos, y no tenía ni agua para limpiar ni nada, ni siquiera algo que sirviera para cortarle al niño el cordón, así que fíjate, allí nació tu primo. La verdad es que no sé ni cómo le cortó el cordón. Y cuando al día siguiente, ya en la Residencia, el tío Pablo se enteró de la noticia, se le metió en la cabeza que ese hombre tenía que ser el padrino de bautizo del niño y que, como había nacido en una furgoneta Citroën, el niño se llamara Citroën de segundo nombre.

Por cierto que después costó lo suyo localizar otra vez al conductor, que se fue de la Residencia conforme dejó ingresada a mi hermana, y se pudo dar con él porque mi hermana se había quedado con la matrícula; eso sí, antes de irse le dejó un melón de los más gordos para que se repusiera. Y así se hizo; por eso tu primo Carlos, en realidad, se llama Carlos Citroën, y así lo pondrá su carnet de identidad cuando tenga edad de hacérselo. En la parroquia, en cambio, le pusieron sólo Carlos porque al cura le pareció una irreverencia ponerle a una persona el nombre de un coche.

Fue terminar mi tía Frasca su relato y yo pensar en la cara que pondrían en el instituto el Haro, el Franco y el Antúnez cuando yo les contara que tenía un primo que se llamaba Citroën de segundo nombre porque había nacido en una furgoneta.


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