SÉNECA DIGITAL

Revista digital del IES Séneca


abril de 2008

número 1
ISSN: 1988-9607
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Cuento

MI PRIMO CARLOS CITROËN

Antonio Varo Pineda
Profesor de Lengua Castellana y Literatura

Llegamos a la habitación. Mi primo estaba tendido en la cama, con un brazo extendido por el que le entraba el suero. Lo primero fue preguntar por la salud. Mi primo había pasado la noche intranquilo, y lo que peor llevaba era no comer: hasta dos o tres días después de la operación, por lo menos, no le llevarían una tacita de caldo o de café con leche. Mis amigos ardían en ganas de saber la verdad, en ver el carnet de identidad, y yo me daba cuenta:

–Primo, ¿tienes aquí el carnet de identidad?

–De modo que éstos son tus amigos, los del instituto, los que no se creen que yo me llamo Carlos Citroën.

El Haro y el Antúnez estaban muy callados, y hasta parecían tener miedo y un poco de vergüenza.

–Pues aquí está mi carnet –dijo mi primo, sacándolo con dificultad del cajón de la mesilla de noche.

El Haro y el Antúnez se echaron materialmente encima. Sus ojos se abrieron como platos cuan-do leyeron, en el anverso del plastificado documento, el dato incontestable, frío, objetivo: “NOMBRE: CARLOS CITROËN; APELLIDOS: CUBET SUÁREZ”. Bajaron la cabeza como abochornados, no se atrevieron ni a mirarme y encima tuvieron que escuchar –ellos por primera vez, yo por enésima– la historia de su nacimiento, que esta vez nos contó su madre, mi tía Josefina. Era, otra vez, la misma narración que me había contado la tía Frasca, pero a mí me dio la impresión de que la verdadera protagonista del suceso no sabía contarla tan bien como su hermana.

En el recibidor de la Residencia, en la planta baja, y sin decir una palabra, el Haro me dio la bolsa grande de las hostias y el Antúnez su bolígrafo–puntero. Cogimos los tres el mismo autobús para el regreso. No soy egoísta ni glotón, y permití a mis dos amigos que compartieran conmigo las hostias de la bolsa, que nos fuimos comiendo a lo largo del trayecto. El bolígrafo–puntero que hasta ese día había sido del Antúnez, y que ya era mío, no pensaba compartirlo con nadie.


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