abril de 2009
número 2
Ana Castro Valero
Alumna de Periodismo (Universidad Complutense)
[*Distancia. Espacio o intervalo de lugar o tiempo que media entre dos cosas. Diferencia, desemejanza notable entre ellas. Alejamiento, desafío, desafecto entre personas. ¿Es la distancia sólo una palabra? No, quizás se trate de algo más, alejado de vulgares definiciones propuestas por la RAE.*]
Las distancias nunca fueron puntos intermedios, aunque se parezcan un poco a los equilibristas que se esfuerzan por mantener el tipo, de puntillas, sobre un alambre fino entre dos extremos que constituyen sus distancias. Pero hay muchos tipos de distancias. Hay distancias que alargan las horas y separan los segundos; otras que se rompen haciendo las maletas y cogiendo un tren; algunas se agudizan con los silencios tras el teléfono o con el ruido de éste simplemente mientras nos decidimos a responder. Ciertas se desvanecen entre bombones y películas de media tarde; otras con palabras bonitas de las que, de cuando en cuando, brotan versos y algún beso, si nos prestamos a ello, también. Muchos dicen que el amor no entiende de distancias, aunque a mí me da por pensar que debe de ser un experto en ellas, sobre todo en materia de despedidas. Detrás de las despedidas siempre aparecen las distancias. Puede que el guardia de seguridad de las puertas de “Salidas” de Atocha sea uno de los mayores especialistas en distinguir el significado del ir y venir, del volver y marcharse, de cruzar las puertas con un billete en la mano y que en los escáneres de seguridad aparezca “víctima de sentimientos desordenados” mientras otros dos pies se alejan rumbo a algún andén –no importa cuál- del metro de Madrid. A mí me aterrorizan las distancias, pese a que me maravilla que a la amistad le den igual 600km o 25 pasos si sabes que vas a reconocerte en otros ojos y complicidades trasnochadas y no importará nada más. Para la amistad sólo existen las proximidades (a veces lejanas).
Sería genial disponer de una ecuación matemática que las representase para distinguirlas y saber qué hacer con ellas, qué hacer al darse cuenta de que tienes dos camas y dos cepillos de dientes esperándote en dos habitaciones tuyas separadas por unos 400km más o menos y no diferenciar bien ya en cuál de las dos eres más tú, no saber cuál está más vacía o cuál tiene más ropa sucia revuelta por el suelo, que al coger el tren ya no estés segura de si vuelves a casa o vienes de casa. Y, mientras tanto, las distancias dando golpes como siempre en las paredes de la conciencia y en el buzón de voz del teléfono móvil. A 400km hay distancias que no existen porque siempre fueron proximidades, otras de las que sólo te acuerdas los días pares y ciertas que terminarán por buscarse una excusa para que no pesen tanto. No, las distancias nunca fueron puntos intermedios, aunque tengan bastante de equilibristas.
En el fondo, las distancias son como los equilibristas que han de ir de un lado al otro de la cuerda pero que, a veces, indecisos y asustados, acaban saltando al vacío. Quizás también nosotros podríamos dinamitar las distancias.
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