abril de 2009
número 2El deseo de pintar con la palabra es una constante a lo largo de la historia. Será en el siglo XX cuando ese deseo cobre tal intensidad que el contenido plástico de la escritura constituye un rasgo del arte moderno.
Felipe Muriel
Profesor de Lengua Castellana y Literatura
Movimientos como el cubismo, el futurismo, el dadaísmo, el letrismo y la poesía concreta subrayan la autonomía de la escritura y proyectan su atención sobre los aspectos materiales del significante —letras, líneas, blancos paginales, dispositivos de puesta en escena…—, relegando el significado a un segundo término o negándolo. Ese cambio de rumbo no brota del azar, sino que está ligado a la crisis de la razón, que toma conciencia de la insuficiencia del lenguaje, al perfeccionamiento de la imprenta y la implantación de los medios de comunicación de masa.
Para entrar en materia, les propongo hacer un recorrido histórico por una selección de textos visuales españoles. La primera entrega abarcará desde la Edad Media al siglo de las Luces y la segunda se ocupará de las vanguardias del siglo XX.
1. LA EDAD MEDIA
La literatura medieval española cuenta con escasas aportaciones en el terreno visual. Destaca el Códice Vigilano (975), una colección de poemas figurados del monje riojano Vigilán. Se engloban dentro de la tradición literaria del laberinto. El laberinto es un género medieval que hunde sus raíces en la Antigüedad grecolatina. Simmias de Rodas y Publio Optaciano Porfirio son sus autores más significativos.
Simmias de Rodas es el primer autor de caligramas que conocemos. Demuestra su virtuosismo dibujando con la palabra objetos como un hacha, un huevo o unas alas. Poseen una base religiosa, ya que aluden a personajes mitológicos: el Huevo, a Hermes; las Alas, a Eros; y el hacha, al constructor del caballo de Troya (Epeios) y a la diosa Atenea. El interés radica en el sistema de lectura en espiral empleado (Fig. 1): se alternan los versos iniciales y finales hasta llegar al centro y descifrar el sentido.
En el siglo IV Publio Optaciano Porfirio superará los technopaegnia griegos con la creación de los laberintos de letras o carmina figurata. Buen conocedor de la tradición caligramática alejandrina —había compuesto tres caligramas a imitación de Dosiadas y Teócrito— se alejará de esta para inventar el género nuevo. Si en los caligramas la forma externa sugería el contenido de los poemas, en los laberintos son las letras las que dibujan en el interior del texto significativas figuras geométricas. Destaca la presencia del Crismón, símbolo del primitivo Cristianismo que aglutina las iniciales del nombre griego de Jesucristo, Iesus Xristos. Interpretado como emblema de la totalidad (Figura 2), su uso se explica por razones pragmáticas. Los laberintos y caligramas forman parte de un panegírico dirigido al emperador Constantino para que le librara del destierro.
Durante la Edad Media los laberintos alcanzarán gran desarrollo en toda Europa gracias al impulso de la Iglesia. El arte se convierten en vehículo de enseñanza religiosa, pero el mensaje se oscurece siguiendo la tradición bíblica de que la verdad divina debe velarse. Es, por tanto una poesía criptográfica, apta para iniciados. Por ejemplo, el laberinto de Venancio Fortunato dedicado a Syagrius, obispo de Autum (Figura 3), cuenta con una pluralidad de lecturas, además de la significación alegórica de las letras iniciales, la configuración geométrica y la estructura matemática.
Está constituido por un cuadrado de treinta y tres versos de treinta y tres letras ca-a uno, en alusión a la edad en que murió y resucitó Jesucristo. Contiene cinco acrósticos. Los tres internos evocan las iniciales I, X, que, superpuestos, conforman el monograma de Cristo, símbolo solar asociado con la idea de la inmortalidad. En el centro del cuadrado aparece la M, letra central del alfabeto latino.
ISSN: 1988-9607 | Redacción | www.iesseneca.net |