mayo de 2010
número 3
Noelia Cruz Barrios
Alumna del IES Séneca
Aquella noche la lluvia azotaba mi ventana. Me gustaba escuchar ese sonido mientras leía, pero ese día no había tiempo para ello.
— Teresa, tenemos que irnos -escuché la voz de mi padre desde el salón.
— Ya voy papá –eran las vacaciones de navidad e íbamos a visitar a mis abuelos. Tenían una casa al lado del bosque.
Bajé las escaleras con mi maleta en una mano y en la otra un buen libro para el largo trayecto que nos esperaba en el coche.
— Venga, que a este ritmo no llegamos ni en año nuevo.
Mi padre ya estaba afuera, al lado del coche rojo escarlata. Me apresuré para no mojarme tanto, subí al coche después de haber puesto mi equipaje en el maletero.
Después de llevar unas horas de trayecto llegamos a casa de mis abuelos. Nos saludamos con la habitual alegría.
Mi abuela había preparado bastante comida para la cena y al día siguiente me sentía mal; tenía un poco de fiebre y dolor de estómago. Pero eso no me importó tanto, pues al día siguiente encontramos el coche escarlata, que tanto apreciaba, hecho añicos porque se había precipitado por un barrando un tanto lejos de donde lo aparcamos.
Vi cómo se llevaban el coche en una grúa mientras pensaba en lo que podría haber sucedido la noche anterior para que el coche fuera hasta el barranco.
Como no podíamos regresar a casa en el coche de mi abuelo, porque estaba en reparación, nos quedaríamos unos días más.
El coche, un tanto anticuado, del abuelo también había sido misteriosamente dañado: los frenos no funcionaban. Debido a eso el abuelo tenía una pierna rota.
Para apaciguar mis enrevesadas teorías sobre lo ocurrido, cogí el libro sobre detectives de la estantería.
Esa noche casi no dormí, solo tenía tiempo para el libro. Aunque también hubo otra causa. En la ventana, que estaba junto a la cama, se veía en la oscuridad una sombra de un hombre.
El miedo, tal vez más la curiosidad, me hizo bajar las escaleras de aquella enorme casa y abrir la puerta principal, pero no encontré a nadie.
Decidí no contarle lo sucedido hasta que averiguara quién era esa extraña sombra.
Después de la comida fui a dar un paseo por el bosque. Caminé una media hora, cuando encontré a la persona a la que correspondía esa sombra.
El corazón me dio un vuelco, era la historia más emocionante que nunca había vivido.
Me acerqué pero él hizo algo inesperado:
— ¡Hola! ¿Cómo te llamas?
— ¿Qué haces aquí? -Dije algo atónita pues yo pensaba que era más bien un hombre adulto, y era un adolescente.
— Vivo aquí, soy el hijo del guardabosques.
— Pero ¿es que no sabes que esto es propiedad privada? Según tengo entendido aunque seas el mismo guardabosques no puedes pasar aquí.
— En realidad, los señores de esta propiedad me han pagado con dinero para vigilar los alrededores. Últimamente ocurren cosas muy extrañas.
— Ya, lo he notado. Ayer mi coche se cayó misteriosamente por un barranco.
— Sí, me he enterado de eso. Pero pensaba que era más bien de otra persona. ¿Y tú que haces aquí? Se supone que es propiedad privada.
— Ya, pero resulta que los dueños de esta “propiedad privada” son mis abuelos y estoy de visita.
— Ah, eso explica todo, bueno me voy que para hablar no me pagan.
Después de que se marchará , yo me senté apoyada en un árbol, cuando de pronto en la tierra se dibujaron unas extrañas letras con un terrorífico mensaje: “Vete de aquí o te sucederá lo peor que hay en el mundo”.
Esta vez el miedo me hizo quedarme paralizada hasta que después, cuando reaccioné, saliera como una bala. Se lo conté a mi abuelo y este me contó una historia inquietante: aquel adolescente no era humano, solo era un fantasma que vagaba en los alrededores.
Esa historia se me quedó marcada en la memoria, y hasta mi muerte no lo olvidaré por el simple hecho de que cambió mi vida inesperablemente.
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