mayo de 2010
número 3Autor: A. Duque Amusco
Editorial: Ómicron
Año de Edición: 2009
Lugar de Edición: Barcelona
ISBN: 978849254487
104 págs.
Ana Recio Mir
Profesora de Lengua Castellana y Literatura
Poeta, ensayista y editor, Alejandro Duque nació en Santander y vive en Barcelona, pero se considera sevillano porque en Sevilla discurrió su juventud. Doctor en Filología, se ha situado su poesía en la corriente del nuevo esencialismo. En 1976 vio la luz su primer poemario Esencia de los días, al que seguirían El sol de Sagitario (1978), Del agua, del fuego y otras purificaciones (1983), Donde rompe la noche (1994) con el que obtuvo el Premio Internacional de la Fundación Loewe, A la ilusión final (2008) y Lírica solar (1983-2008), antología de su producción poética realizada por él mismo.
Sueño en el fuego, volumen que ve ahora la luz en una bella edición de la editorial Ómicron, lleva un prólogo del autor bastante revelador no porque desvele en él las claves significativas del libro, sino porque pone al descubierto el origen del mismo y su poética. En Zufre, afirma el autor “en esa edad temprana que digo pasé por la experiencia insustituible de la libertad, de la dicha más pura y del contacto maravilloso con la naturaleza. (…) Del lenguaje de la tierra aprendí el lenguaje de la poesía”. A la poesía debe Duque los instantes más dichosos de su existir “A la poesía debo algunos de los momentos más felices de mi vida. Recuerdo la turbadora y muy intensa impresión de las primeras lecturas, cuando la sensibilidad estaba virginalmente receptiva para la sorpresa verbal. Se vive entonces en estado de seducción poético, de permanente hechizo, y el poeta naciente, en plena adolescencia, se suelta a escribir con temor e inseguridad, pero con alegría”.
Sueño en el fuego nace ahora por segunda vez en una edición más completa. El autor ha cambiado el orden de los poemas y ha añadido algunos más. “Los poemas aparecen ordenados de otro modo y en secciones tituladas de manera que se hacen, creo, más visibles las líneas conceptuales que contiene; algún título de poema ha variado y hay otros pequeños cambios (…) el libro se ve aumentado con cuatro poemas de aquella época que, por diversas razones, quedaron fuera de la primera edición”.
El volumen consta de cuatro secciones: “Relato”, “Tierra ciega”, “De un diario de sueños” y “Puerta sellada”. La primera se abre con un poema sobre Pompeya del que se vale el escritor para hablar de la fugacidad del tiempo y de que el olvido es el único “fuego que sepulta y nos lleva a la desaparición.” En el segundo poema, el símbolo del fuego aparece ligado a la verdad. Pero para el desarrollo de de este símbolo es crucial el poema titulado “Cima de la transparencia”, en el que el fuego se enlaza a la pasión amorosa como en la mejor tradición clásica y tiene un poder catártico y de retorno al origen: “El tacto es fuego y luz, y ellos lo saben/ Arder, arder en el amor. Perderse/ en el amor hasta el primer origen”. En “Viaje al olvido” el poeta retorna al instante de la pasión perdida y el amante lamenta esa pasión fugitiva que es ya irrecuperable: “Te hice mía en la luz porque solo la luz es verdad./ (…) Te hice mía en la luz… Hoy es tu cuerpo la embarcación que /pasa/ entre los arrecifes y el olvido”.
La segunda sección de esta primera parte se titula “Jardín de Valencina”. En ella el lírico cambia el ritmo de sus versos y la extensión de sus poemas que se hacen brevísimos, apenas tres versos, como haikús japoneses, en los que recoge impresiones estivales de su particular paraíso andaluz.
“Tierra ciega”, la segunda parte del volumen, debe mucho al Zufre de su infancia, en el que el autor pasaba los veranos junto a su familia. Desde “Días con luz de cielo”, el primer texto de esta sección, se percibe la feliz complacencia al retroceder en el tiempo a ese paraíso perdido de la adolescencia en el que “vivir era una forma plenaria de abandono”. La siesta de julio, el calor, los gorriones, la higuera, la chicharra… todos son elementos naturales de los que Alejandro se vale para dilatar el espacio de su memoria y recobrar con la imaginación el tiempo ido. Hay cierta semejanza en la desconcertante impresión que deja el último verso del poema “Gorriones en la siesta” y el verso final de “La carbonerilla quemada” de Juan Ramón Jiménez.
En “Episodio de lobos” el fuego se vincula a la amenaza de la muerte. Y el lobo que devora a la potrilla es, a la postre, la alegoría del inevitable paso del tiempo que arrolló “las sierras de la infancia”. El fuego es metáfora del tiempo que todo lo consume.
En “Relámpagos para Basho” vuelve al ritmo entrecortado de los haikús.
En la tercera parte, “De un diario de sueños” se siente llamado en sueños por la luz y asciende tras ella. “Ella vino a mí en sueños” es otro de los poemas clave del libro, que ilumina el sentido de su título. Escrito, según parece, en recuerdo de alguien amado que ya no está entre nosotros, esa persona, una mujer, se aparece en sueños al poeta y le recuerda que la vida es breve (“la vida es un destello”), que nada comienza ni termina y que si el mundo es perfecto también es perfecta la muerte.
Una segunda sección, “Maneras de ver la muerte”, sirve de preámbulo a la última parte “Puerta sellada”, en la que se evidencia de nuevo la presencia de la muerte. La vida es para Duque Amusco como una cadena de eslabones que, tirante, de tan larga espera, se rompe un día bruscamente. Y el mundo, como un candelabro que pende en el vacío y se transforma en vida, en hoguera fértil, nuevo simbolismo de la llama para referirse al existir, al vivir.
Se trata de una poesía elegante y refinada, con un lenguaje rico, depurado y trabajado, en el que las palabras fluyen con naturalidad y cadencia exquisitas y en el que el simbolismo lumínico acompaña a instantes de plenitud en la vida o en el amor. Como el mismo poeta revela “el poema, que empieza por un chispazo de inspiración, por una iluminación oscura y repentina, acaba siendo para el poeta una implacable obra de conciencia, en todos los órdenes de su planteamiento y ejecución. Una parte de inspiración, otra de habilidad técnica y muchas horas de trabajo es lo que hace al poema. Es el único taller posible”.
Finalmente, el magnífico “Himno a la ociosidad” cierra el libro y contiene en parte una suerte de filosofía vital, del que ya ha aprendido en su madurez algunas lecciones de la vida “Vivir es ser en ti. Saciarse de tu luz./ Bajo el cielo ser sol, junto al agua ser agua./ Ociosidad amada, Libro puro y sagrado / de páginas en blanco, / quien te lee no te abrió, / y quien te abre /es leído hasta la plenitud por el gran Libro.”
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