mayo de 2010
número 3Autora: Rocío Fernández Berrocal
Editorial: Dip. Prov. de Huelva
Año de edición: 2009
Lugar de edición : Huelva
ISBN: 9788481634792
412 págs
Ana Recio Mir
Profesora de Lengua Castellana y Literatura
Se une ahora un nuevo libro que viene a engrosar la cada vez más creciente Bibliografía de la Doctora Fernández Berrocal, que ya publicó una Guía del Madrid de Juan Ramón Jiménez, un espléndido estudio que recibió el Premio Focus a la mejor tesis doctoral de tema sevillano en 2007 Juan Ramón Jiménez y Sevilla y un capítulo de ese magnífico libro que publicó el Ateneo titulado Escalas del regreso. Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí, que, coordinado bajo la mano maestra de Rosario Cartes, de la que partió la idea, recoge las paradas de los féretros de Zenobia y Juan Ramón en su regreso desde Puerto Rico a su morada definitiva en el cementerio de Moguer, además de numerosos estudios sobre la vida y obra del moguereño publicados en revistas y en las Actas de la Asociación de Profesores de Español “Elio Antonio de Nebrija” de Andalucía. Vamos a hacer un recorrido por este interesante libro, de sencilla y exquisita edición, que ha sido publicado por la Diputación de Huelva.
El volumen que ha dado a la luz recientemente Rocío Fernández Berrocal lleva por hermoso título Juan Ramón Jiménez y Andalucía. El sentimiento de eternidad. En una entrevista concedida a Antonio Robles en enero de 1930 el moguereño asociaba su tierra a ese sentimiento: “El recuerdo que yo tengo de allí, decía, es el sentimiento de eternidad. Esa parte mía (Cádiz, Sevilla, Huelva…el Atlántico; ese suroeste andaluz) tiene una vegetación siempre viva (…) el paisaje tiene constante su transparencia; diríamos, su electricidad, su brío.” De ahí la justificación del título que eligió la autora.
Tras la introducción, Rocío divide su libro en cuatro grandes núcleos temáticos, al que sigue un importante apéndice documental: la Baja Andalucía, en la que estudia la presencia de Moguer, El Puerto de Santa María, Sevilla y Córdoba; la Andalucía del mar, en la que se recogen textos de Huelva, La Rábida, Cádiz, Almería y la Alta Andalucía, en la que se aborda la importancia de Granada, Jaén y Ronda y Andalucía desde el exilio Distingue la autora a un Juan Ramón de tres mundos, el íntimo y elegíaco, representado en Platero y yo; el expansivo y libre ante el mar, cuyo máximo exponente es el Diario de un poeta reciéncasado, y el alto y hondo y árabe oriental, que se deleita en el silencio y el sonido del agua, representado en Olvidos de Granada.
Su ansia de belleza y de perfección la plasmó en su palabra en la que eternizó su mundo en la escritura. En ella recoge su amor por Andalucía, a la que interioriza, recrea y aleja del tópico, idealizándola a veces, como si se tratara de un paraíso perdido recuperable en la palabra poética. En Andalucía, concretamente en Sevilla, perdido entre las páginas de los libros de la Biblioteca del Ateneo, cambia su primera vocación pictórica por la literaria. En Sevilla comenzó a publicar y quiso vivir en varias ciudades andaluzas como Sevilla, Córdoba y Granada.
Sintió una profunda comunión espiritual con el mar, que fue el catalizador de sus renovaciones poéticas y la partida al exilio al atravesar el Atlántico, y marcó un distanciamiento físico, pero no espiritual de su tierra de origen. El sentimiento de conexión entre Puerto Rico y Cádiz su estancia en la Florida se origina en que son tierras todas ellas con el elemento marino como nexo de unión. Como él mismo dijo en una carta de Cernuda escrita en Washington en julio de 1943: “ Yo soy un ansioso de la eternidad y la concibo como presente (…) lo importante en poesía, para mí es la calidad de eternidad que pueda un poema dejar en el que lo lee, sin idea de tiempo, calidad concentrada que le será al gustoso como un inacabable diamante ideal, breve, hecho con un aura inmensa. El poeta es (…) alma secreta de una vida cualquiera.”
Granada le “cogió el corazón”, según le confesó a Isabel García Lorca. No conoció Almería pero sí pasó por Jaén al ir de Madrid a Andalucía. Por una foto se sabe que visitó Úbeda.
La Baja Andalucía. Juan Ramón se sentía moguereño hasta lo inimaginable. Allí nació la noche del 23 de diciembre de 1881 en la calle de la Ribera. A los seis años la familia se traslada a la calle Nueva. Creció muy apegado a su mamá Pura. Su madre era de Osuna y su padre, riojano y llegó a Moguer con dos de sus hermanos y eran propietarios del San Cayetano, el barco más grande del puerto.
En Andalucía discurre su infancia y parte de su adolescencia. Allí conoce el amor. Entre las mujeres con las que tuvo relación, la Dra Fernández señala a Pepita Gonzalo, Blanca, Marthe, Denise, Jeanne, Susana, Carmen, Lolita Ganzinoto, Georgina Hubner, las monjitas del Sanatorio del Rosario en Madrid, Elisa o Luisa Grimm, que fueron la antesala del amor definitivo, el que halló en Zenobia Camprubí.
En su adolescencia cuando regresaba de Sevilla aprovechaba a fondo la Biblioteca familiar y desde entonces manifestó su afición a la lectura y a la escritura. Después de vivir desde 1903 con el doctor Simarro en Madrid, en 1905 regresa a Moguer. Allí se encuentra con la ruina familiar que había asolado las viñas de sus parientes. Su familia se trasladó a la casa número 5 de la calle Aceña (hoy Sor Ángela de la Cruz) donde también vivió Blanca Hernández Pinzón y viven de alquiler hasta 1912. Por entonces está al cuidado del Dr. Luis López Rueda. En esos años de fertilidad creadora Moguer le proporciona la soledad y la calma necesarias para su labor.
Inició relación con la americana Luisa Grimm a la que conoció en 1904. Era una joven de 25 años casada, sensible y culta, que tenía una hija y con la que mantuvo correspondencia hasta 1915. Al año siguiente parte de Moguer para casarse con Zenobia, que se encontraba en Estados Unidos. Regresa a su pueblo, ya casado, el 27 de junio de 1916 con ella. Su localidad natal le sirve para proyectar su visión universal del paisaje y para superponer espacios y tiempos que quedan fundidos en el fluir de su palabra poética. Sus textos manifiestan su honda sensibilidad hacia los desfavorecidos, su conocimiento de un amplio abanico de personajes reales y la atracción profunda por su tierra.
Durante su estancia como interno en el colegio de El Puerto de Santa María le gustaba la Gramática elemental de la lengua latina de D. José de los Ríos y Rivera, catedrático numerario por oposición de latín y castellano. Tuvo mejor expediente académico que Alberti y que su hermano Eustaquio, pero no superó a su amigo Fernando Villalón. En junio de 1896 superó el último examen para obtener el grado de Bachiller en artes. Frente a la soledad y encierro gaditanos, El Puerto supone un espacio de libertad.
En 1896 llega a Sevilla por la que sintió predilección y a la que llamó "capital poética de España". Llega a la capital hispalense en un momento de intensa vida cultural, pero el arte del momento era costumbrista y no le agradaba. Frecuentó la vida nocturna y la bohemia sevillana; residió en la calle Gerona en el número 3 y asistió junto a Javier de Winthuysen a las clases de dibujo que impartían en un local del Ateneo Gonzalo Bilbao y Jiménez Aranda.
Como él declaró: “De los quince años pintando (…) dejé de pronto mi paleta y empecé a escribir con embeleso y entusiasmo (…) y hasta discutía con escritores, pintores, periodistas, todos mucho mayores que yo siempre: Salvador Clemente, Juan Centeno, Julio del Mazo (…) yo, sin decírselo a nadie, enviaba mis cosas, a “El Programa”, con las iniciales J.R (…) me iba a primera hora al Ateneo, a ver antes que nadie mi periódico, que quería fresco, intacto.”
Sus primeros escritos reciben la influencia de Bécquer, leído con pasión por el Nobel junto a la literatura popular, la social (a través de de la traducción de Ibsen y su amistad con Timoteo Orbe). La modernista y el krausismo que respiró en la Universidad gracias a su profesor Federico de Castro. El discípulo superaría a sus maestros.
Su primer texto en prosa “Andén” no se conserva. En la capital hispalense encontró el ritmo de publicaciones que deseaba y que no encontró en otra ciudad. Después de esta etapa sevillana, el recuerdo de su ciudad lo acompañaría siempre. Prueba de ello fue su libro Sevilla, que quedó inédito y fue recuperado por Rogelio Reyes Cano y publicado en 2002. De haber retornado a la patria, hubiera regresado con su hermana y sus sobrinos y hubiera muerto aquí. Desde Madrid, siguió comprando libros en la librería de Tomás Sanz, en la calle Sierpes 90. Intentó varias veces residir en Sevilla, una de ellas en 1912 cuando al sentirse un poco aislado en Moguer dudó si residir en Madrid o Sevilla y se decantó por la primera a finales de ese año. En enero de 1916 llega a Sevilla de nuevo para dirigirse de allí a Cádiz y poner rumbo a Nueva York para casarse con Zenobia. En 1922, 1924 y 1925 visitaron Sevilla. En esta última ocasión se alojaron en el Hotel Royal y se encontraron con Pedro Salinas, que entonces era profesor en la Universidad hispalense. En 1927 se produce su última estancia en la ciudad.
En una entrevista hecha a su hermana Ignacia en octubre del 56 recuerda que quisieron vivir en Sevilla. En 1925 también había estado en Córdoba. El Diario de Córdoba también apoya al Juan Ramón Jiménez escritor al publicar “Riente cementerio” en 1899.
De Córdoba hay pocas referencias en la obra de Juan Ramón. Aparece citada en dos relatos que se publicaron en 1999 en Cuentos de antolojía “Los doce sillones de Córdoba” y “La hijastra Buni”. También nos habla Rocío de los amigos andaluces del poeta, entre ellos el cordobés Julio Pellicer, poeta, prosista, crítico literario y profesor en un colegio de esa ciudad y Manuel Reina, al que dedicó “Remembranzas”. A Salvador Rueda lo llamó “adelantado mayor del modernismo” español y predecesor de Rubén Darío. Córdoba le brindó la paz anhelada como paraje ideal de silencio y tiempo.
En el colegio de los jesuitas de El Puerto de Santa María tuvo que ir por primera vez al cuarto de los castigos por hablar indebidamente. Con su familia visitaba Huelva y se enamoró de una niña de ojos verdes, Pepita Gonzalo. Sus primeras colaboraciones en prensa muestran ya su talento. En la capital onubense quiso crear un Ateneo o Liceo para elevar el espíritu de la juventud. El Director del Odiel, Tomás Domínguez Ortiz le pidió un prólogo para su libro Nieblas, y reseñó favorablemente Ninfeas y Almas de violeta. Tuvo relación con Pedro Alonso Morgado, fundador del semanario La Palma y en enero de 1912 Rogelio Buendía le pide sus libros, pues va a dar una conferencia sobre él en el Ateneo y como estudiante no puede comprarlos.
En Sevilla profundizó en la poesía regionalista al traducir a Curros Enríquez y Rosalía de Castro. El 28 de marzo de 1912 se celebra en Sevilla “La fiesta del soneto” en la que se desarrolla una velada en honor de Juan Ramón Jiménez. En 1923 el Ateneo invita a Juan Ramón para que representara a la provincia de Huelva en una fiesta literaria, la “Fiesta de la Belleza andaluza”, la más hermosa fiesta literaria que se ha organizado en Sevilla, pero el poeta no asistió, alejado de este tipo de eventos en Madrid. En esta época empieza a escribir Vida y muerte de mamá Pura.
Cádiz es una de las ciudades andaluzas que más deleitaba al poeta. Su madre había vivido allí de joven, y sus visitas a la capital gaditana así como su permanencia en el colegio de los jesuitas de El Puerto de Santa María hacen de esta ciudad un referente de primer orden en la obra del poeta. Es además la ciudad de las travesías comerciales de los barcos de Moguer. Además en su infancia se hablaba mucho de Cádiz por el submarino Isaac Peral. Y esta ciudad es uno de los lugares que cruza en sus viajes de ida y vuelta a Nueva York para casarse con Zenobia.
En mayo de 1925 le escribe a Rafael Alberti, su discípulo más querido, una carta en la que le anuncia adelantar un número de su revista Sí para los poemas de Marinero en tierra. “Ha trepado Ud. para siempre, al trinquete del laúd de la belleza” le dice. En Cádiz colaboró en la revista Platero, que desde su título rendía un homenaje al de Moguer.
Almería no la conoció pero sí tuvo relación con el almeriense Francisco Villaespesa. Él junto a Rubén Darío lo invitó a Madrid a luchar por el Modernismo. Juan Ramón reconoció como principal influencia en su poesía la de la literatura francesa y consideró que su relación con el almeriense terminó en 1902, cuando acabó su modernismo.
En cuanto a Málaga estuvo presente desde su infancia, porque al puerto de esta ciudad se dirigían los barcos vinateros de Moguer y también el barco familiar, el San Cayetano, llevaba allí vinos de los Jiménez. En 1901 Villaespesa propone un viaje a Málaga a Jiménez, los Machado, Gómez Carrillo y Antonio de Zayas pero Juan Ramón, enfermo tras la muerte de su padre, no lo realizó. No fue a Málaga hasta octubre de 1925, cuando visitó a Manuel Altolaguirre. Después volvió a la ciudad en 1926. En carta a Emilio Prados le reveló su deseo de descansar en el cementerio inglés de la capital malagueña. Se relacionó con José Sánchez Rodríguez, al que el Dr. Lalanne pidió información sobre la personalidad de Juan Ramón. A él dedicaRimas y compartía con él la concepción de una Andalucía interna, alejada de la Andalucía tópica.
También se relacionó con Moreno Villa; ambos vieron deshumanizada la ciudad de Nueva York, y ambos eran aficionados a la pintura. A él le dedica el poema “De Cádiz a Sevilla” del Diario de un poeta reciencasado Colaboró en la revista Caracola. Picasso atrajo su atención y a Vicente Aleixandre le dedicó un retrato en Españoles de tres mundos.
De Granada le emociona el libro de Théophile GautierLa Alameda de Granada a la caída de la tarde, que traduce para un diario sevillano. En su juventud conoce en Madrid al novelista granadino Isaac Muñoz con el que compartió la bohemia modernista madrileña. Fernando de los Ríos lo invitó a Granada en 1915 para que impartiera una conferencia en el Centro Artístico de Granada, pero el moguereño no acudió.
En 1916 conoce a Lorca en Madrid gracias a una carta de recomendación de Fernando de los Ríos. Jiménez llega a Granada el 30 de junio de 1924 con motivo del II Congreso Nacional de Cante Jondo. Juan Ramón y Zenobia se hospedaron en el Hotel París situado en el número 3 de la Gran Vía, detrás de la catedral. Quedaron muy satisfechos de su viaje a Granada y de la generosidad de sus anfitriones, la familia Lorca. Jiménez estrechó lazos de amistad con Isabel García Lorca, con la que siguió en contacto en el exilio.
En 1921 Juan Ramón pide ayuda a Federico para preparar la obra Sacrificio de Tagore, que él dirigiría y que Zenobia había traducido, con motivo de la visita a Madrid del Nobel hindú. La muerte de Lorca, quince años después, le causó una honda impresión. Granada le dio armonía, quietud y trascendencia universales.
En lo que respecta a Jaén tuvo relación con un capellán jiennense, que le confesó sus amores lo que causó a Jiménez una profunda decepción por su negación de la espiritualidad. Aunque no conoció Jaén, la universalidad de los campos andaluces quedó plasmada en su obra. Mantuvo amistad con artistas de la provincia, entre ellos, el escritor Antonio Almendros Camps.
De la provincia de Málaga, menciona Ronda en el retrato que hace de Giner de los Ríos en Españoles de tres mundos. Ya en el exilio, alejado de Moguer, en otras coordenadas espacio-temporales, se reencontrará con su Andalucía natal y con el niño que fue en los paisajes de Florida, Cuba y Puerto Rico. El discurrir del tiempo le ayuda a plasmar una visión totalizadora de su ser superponiendo espacios distintos, como sucede en “Espacio”. Desde el exilio, lejos de encerrarse en su torre de marfil, se preocupaba de la trágica situación política que atravesaba España. En noviembre del 36 se traslada a La Habana y allí ejerce una gran actividad política y participa en revistas como Universidad de La Habana. Sintió una gran afinidad entre Cuba y Andalucía.
En agosto de 1938 él y Zenobia se trasladan a Nueva York y más tarde a Coral Gables, Miami (La Florida), lugar que le recuerda mucho a Andalucía y donde retoma el verso y escribe “Tiempo” y “Espacio”. En enero de 1942 fallece su hermano Eustaquio.
En el exilio añora su lengua materna cuya recuperación se produce al llegar a la Argentina el 4 de agosto de 1948 y con ella la evocación de Andalucía y de su tierra:
El milagro de mi español lo obró la República Argentina (…) Cuando llegamos al puerto de Buenos Aires y oí gritar mi nombre, ¡Juan Ramón!, a un grupo de muchachas y muchachos, me sentí español, español renacido, revivido (…) El grito, la lengua española (…) Y tan andaluz, lo más español para mí de España, ocho siglos de cultivo oriental, Andalucía (…). Y por esta lengua de mi madre, la sonrisa mutua, el abrazo, la efusión. Allí se mecía como en Andalucía.
En ese viaje comienza a escribir Dios deseado y deseante y la evocación de su Dios lo lleva también a su Moguer natal. A él se dirige de la siguiente forma:
Conciencia deseante y deseada,Dios hoy azul, azul, azul y más azul,Igual que el dios de mi Moguer azul,un día.
En 1951 Juan Ramón y Zenobia se instalan definitivamente en Puerto Rico, lugar que se le ofrece como paraíso en el que recupera la salud y puede trabajar. Añoraba mucho España, sobre todo Andalucía, por eso llevaba en el bolsillo una piedra de Moguer: al tocarla sentía latir el espacio de su tierra. En 1955, aquejada Zenobia de cáncer, siente la apremiante necesidad de regresar a España y reencontrarse en Andalucía con la hermana mayor de Juan Ramón y sus sobrinos. El recuerdo de esta tierra no lo abandonó al final, pues sus últimas palabras fueron para nombrar a su madre y a su pueblo. La muerte era un retorno a un estado de infinitud y de paz perenne, un espacio del que procedía. En Lírica de una Atlántida afirma:
Morirme es volver a serLo infinito que ya fui,Ser lo que ya no comprendo.
Según la autora el espacio permanente de nuevas inmensidades que es Andalucía para Juan Ramón le llevó a manifestar siempre hacia su tierra un sentimiento de eternidad. Juan Ramón la interioriza y la exalta permanentemente. Andalucía se muestra en su obra como paraíso de Verdad y de Belleza que recorre su biografía física y espiritual, capta la esencia de los paisajes andaluces y busca una realidad atemporal. Une en un todo los elementos de la naturaleza y se vale de la Belleza para su fusión totalizadora. La Andalucía que buscó, anheló y plasmó en sus libros estaba alejada de tópicos localistas y ansiaba lo universal que cristalizó a través de la esencia latente, de lo hondo.
Demos la bienvenida a la ya nutrida bibliografía juanramoniana a este nuevo libro de la Dra Fernández Berrocal, que resplandece por su rigor, su profusa documentación, su entusiasmo y su profundo conocimiento de la obra del Nobel Juan Ramón Jiménez. La autora, buena conocedora de la obra del Nobel, ha sabido resolver uno de los problemas más graves que un trabajo de tanta enjundia como este podía entrañar: la diversa profusión con que cada provincia andaluza está presente en la obra del Nobel. Así, frente a Huelva, Granada, Sevilla y Cádiz –omnipresentes casi en la obra de Jiménez-, Jaén, Málaga, Almería y Córdoba están menos plasmadas en su producción. Pero la habilidad de la autora ha subsanado esta diferencia echando mano de los poetas de esas provincias o de las amistades con las que el poeta se rodeó, de manera que queden en equilibrio las presencias de las diversas provincias en el libro. Y eso y la amenidad del libro, bien lo hacen merecedor de una lectura detenida.
ISSN: 1988-9607 | Redacción | www.iesseneca.net |