mayo de 2019
Número 7
Cuando llegué por fin a la taberna, Plinius estaba aún abriéndola, pero en cuanto me vio detuvo su actividad y vino a mi encuentro a saludarme jovialmente como todas las mañanas. Me explicó que su hijo seguía durmiendo, y si le ayudaba a abrir, hoy invitaba él. La taberna se cierra con una serie de pesadas tablas de madera encajadas en el piso y apuntaladas con una vara que atravesaba la pared y se candaba con un cerrojo. Ponerlas y quitarlas es de todo menos fácil. No me extraña que el hijo de Plinius se escaqueara durmiendo. Bueno, cuando terminamos pasamos adentro del local y mi amigo cumplió su palabra. Esta mañana me sirvió un desayuno que ríase usted de la ambrosía que toman los dioses (ahora que me fijo en lo que estoy escribiendo me gustaría rectificar urgentemente. Pido perdón a ustedes, sus ilustrísimas, si les he ofendido por menospreciar el alimento que toman en su residencia en el Olimpo. Estaba exagerando, nada es comparable con nuestros sagrados y tan poderosos dioses. Perdón por la osadía). Tomé higos secos, pan, queso, y miel. Me sorprendió bastante todo ese gran desayuno que me ofrecía, así que le pregunté si se celebraba algo. Resulta que sí. La taberna de la que se encargaba Plinius pertenecía a un patricio romano muy conocido por su generosidad ante aquellos que le son útiles y trabajan bien. Entonces, tras ver todos los años que llevaba Plinius trabajando para él y todos los buenos cuartos que le había ido pasando, decidió concederle la libertad y regalarle la taberna. Me alegré mucho por él, ya que me acuerdo cómo en el pasado se quejaba de que odiaba su condición como esclavo y que le gustaría convertirse en un hombre libre. Bueno, mis felicidades Plinius, lo lograste al fin, amigo mío. Que los dioses sean generosos contigo y que seas muy afortunado.
Una vez que hube terminado de desayunar aquellos manjares, decidí apresurarme para no llegar tarde al trabajo, ya que me había retrasado más de lo que debía. Pero cuando llegué al circo, una ola nostálgica me recorrió todo el cuerpo. Parecía mentira que aquello estuviera allí. Construido fuera del recinto amurallado debido a sus descomunales dimensiones, el circo disponía de 12.000 pies de largo y 3.000 de ancho, tenía un aforo de treinta mil espectadores y se situaba al lado de las calzadas que unían a Emerita, a Corduba y a Toletum. Fue construido durante el reinado del emperador Tiberius. Ahora quien nos gobierna es el emperador Adrianus, que no nació lejos de aquí, y, pese a que no estoy de acuerdo con él en varias cosas, al menos no ha tomado demasiadas decisiones malas. Por el momento, eso sí.
Pero basta de hablar de Adriano y del circo, porque ahora se me ha encendido, como digo, la vena nostálgica. Dejaré por escrito cómo llegué a convertirme en entrenador de aurigas y cómo llegué a serlo yo mismo. Y es que me he olvidado de algo muy importante. Decir cómo conocí a mi amigo Plinius. Y es que yo también fui esclavo en el pasado.
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