mayo de 2019
Número 7
El año pasado fue cuando empezó todo. Antes de venir a Emerita Augusta, yo era un esclavo que era corredor en el Circo Máximo, el circo más famoso y espectacular de todo el imperio romano. Pero todas las veces que corría una carrera acababa el último o me esmorraba contra una pared. Nadie se atrevía a apostar por mí, porque sabían de sobra que no había posibilidades de obtener beneficio conmigo. De modo que, tras mis once derrotas consecutivas, fui retirado y exportado a Emerita Augusta para participar en las carreras que celebrarían en el circo de allí. Fue durante el camino a Emerita donde conocí a Plinius, que estaba siendo exportado también a Emerita, solo que como esclavo tabernero. Me alegró saber que nos seguiríamos encontrando en Emerita, pero me seguía sintiendo desafortunado porque tenía claro que iba a fracasar en la que sería mi 12 derrota consecutiva. Pero aquello fue totalmente distinto. ¡Vaya que si fue distinto! Aquel día iba con sorprendente lentitud, parecía que iba a perder otra vez, hasta que sucedió todo. Al auriga rojo (yo era el verde) se le rompieron las bridas en la última curva y fue cuando este perdió el control sobre los caballos. El auriga blanco aprovechó aquello para esprintar y consiguió ponerse en cabeza, mientras que el azul, por estar distraído, colisionó y murió al impactar contra la pared. Entonces fue cuando decidí actuar, conseguí situarme al lado del rojo, que, a juzgar por su expresión, lo daba ya todo por perdido. Ahí, salté sobre los caballos y conseguí recuperar las riendas rotas. Para cuando conseguí que los caballos se detuvieran, el blanco había cruzado triunfantemente la línea de meta, pero eso a nadie le importaba. Todo el mundo me estaba aplaudiendo a mí, gritando mi nombre, y alabando mi hazaña.
ISSN: 1988-9607 | Redacción | www.iesseneca.net |