abril de 2008
número 1Ángel Ibáñez analiza el concepto de epigrama y su evolución a través de la historia literaria. Presenta, además una cuidada selección de epigramas que familiarizan al lector con este género.
En sucesivos artículos presentará algunos destacados epigramáticos y una riquísima antología que contiene manifestaciones de este género desde el siglo I d. de C. hasta el siglo XX.
Ángel Ibáñez Castro
Profesor de Matemáticas del I.E.S. "Séneca"
El término "epigrama" etimológicamente deriva del latín EPIGRAMMA, y éste, a su vez, del griego, con el significado de "sobrescribir". Por consiguiente, todo epigrama fue en la Grecia antigua una inscripción. En el dintel de un mausoleo, en la base de una estatua, en el quicio de un edificio, para evocar a una persona, para conmemorar un hecho, para recordar un sucedido, para perennizar una obra... se redactaba un epigrama, generalmente en dísticos.
En Grecia, y a partir del siglo V a. de C., el epigrama es algo más que una estricta concordancia con su etimología: "Epigrama" es , ya, un poema con agudeza satírica.
También es cualquier frase punzadora, agridulce, aciamarga, que no se sujeta a rima o ritmo.
A Roma llega ya picando e hiriendo. Los romanos se aficionaron en demasía al epigrama. El epigrama latino conserva la estructura -la obra de Marcial aparte- del epigrama griego, pero se ciñe más a la intención y se aproxima a lo que será el epigrama moderno.
Durante la Edad Media no se escribieron ni se esgrimieron epigramas.
A partir del siglo XVI renace el interés por ellos y se revitaliza de nuevo este género.
Fue COLL y VEHÍ quien marcó la diferncia entre la inscripción y el epigrama: la inscripción tiene por finalidad preservar la memoria de algún hecho o declarar el porqué de alguna cosa pasada. El objeto de un epigrama es expresar una ingeniosidad, con rapidez, brevedad y con ánimo de herir. Cuando las inscripciones dueron redactadas con medida abrieron paso al epigrama.
Para COLL y VEHÍ, unas veces el epigrama va directamente al fin; otras, encierra cierta especie de peripecia, para que de este modo la sorpresa sea mayor; ya empezando por la alabanza y concluyendo por un rasgo satírico, ya representando al principio caridad, candor, bondad, dulzura, para convertirse de repente en risa, en malicia o mordacidad.
Quizás el secreto de este dificilísimo género poético resida más que en la agudeza en la inesperada cara de la misma. Que el auditor, que el lector, alertas en lo de ir al encuentro de una malicia o de una gracia, se sorprendan con un desenlace inesperado.
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