abril de 2008
número 1
Antonio Varo Pineda
Profesor de Lengua Castellana y Literatura
Yo tengo un primo que se llama Carlos Citroën, pero me costó mi buen trabajo convencer al resto de la pandilla de que es verdad, de que en el carnet de identidad de un primo mío aparece el nombre de una marca de coches, y no como apellido –al fin y al cabo, la mayor parte de las marcas de coches fueron apellidos en su origen, como Ford o Renault– sino como segundo nombre, exactamente igual que si se llamara José Antonio o Juan María.
Cuando mi tía Frasca me lo contó, la creí sin vacilación porque era una persona de fiar, y pensé de inmediato en la cara que pondrían, cuando se lo contara, el Haro, ese tío canijo que siempre se caía en las clases de Gimnasia, el Franco, que presumía de haber ido de putas con las primeras 75 pesetas que se ahorró de lo que le daba su padre los domingos, el Antúnez, que tenía risa de gilipollas, y todos los demás de la pandilla, que entonces estábamos en el 3ºD del instituto.
Mi tía Frasca me lo dijo en la casa del pueblo. Mis hermanos y yo íbamos allí sólo en verano, alrededor del 15 de agosto, con el fin de pasar la Feria y recoger un poco de dinero de nuestros tíos para gastárnoslo en las atracciones y en algodón dulce. Me lo contó una tarde, ya casi de noche, cuando estaban todos preparándose para salir. La tía Frasca era una mujer excepcional, tranquila, que nunca se enfadaba y cuando decía algo, por poca importancia que tuviera, hablaba con tan sincera naturalidad que no había más remedio que creerla.
–Siéntate mientras los demás terminan de vestirse, que te voy a contar una cosa.
Yo, que ya estaba arreglado, me senté cuidadosamente en uno de los escalones que llevaban del largo pasillo de la casa a una habitación más baja, asomada al patio y que tenía una puerta a la cocina.
–¿Has visto a la tía Josefina, que acaba de irse?
Asentí sin abrir la boca. Efectivamente, Josefina y su familia habían estado en la casa un buen par de horas. La tía Frasca prosiguió:
–Pues te voy a referir una historia. Como sabes, es mi hermana y tiene cinco hijos; todos menos uno han nacido en esta casa. Ella vive en Monterrubio, un pueblo más pequeño que éste, y allí no tiene familia. Cada vez que se quedaba embarazada nos escribía para decírnoslo, y conforme se acercaba el momento de dar a luz se venía para acá, para que entre sus hermanas y la tía Petra le ayudáramos en el parto. Luego se quedaba aquí hasta el final de la cuarentena, y cuando estaba un poco recuperada y el niño estaba fuera de peligro se volvía. Eso fue lo que hizo con cuatro de los cinco, pero el quinto, que es tu primo Carlos, tiene una historia diferente que yo te voy a relatar.
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