LO QUE SABEN LOS BOSQUIMANOS

1 2 3

Otros edificios se construyeron en la misma calle. Empezaron a intercambiar productos entre sí, mas también a discutir por el sentimiento de propiedad que les despertaba lo que con tanto amor y dedicación conseguían. Tuvieron hijos, a los que protegían cada vez durante más tiempo, y a los que pasaban su cultura para que la ampliaran y viciaran.

No sé cuándo fue el momento exacto en que todo se desmadró. En que la bondad atrajo la maldad y se confundieron tanto que ya es imposible separarlas. No sé.

Lo que me asombra es cómo esta dualidad se muestra cuando se acuestan entre ellos. Aunque este ejercicio no represente para ellos la mera continuidad de la especie, sino que va más allá, no deja de ser curioso lo que pueden llegar a entregarse a su pareja sexual, a la que pueden ver de frente, cara a cara; o hasta qué punto pueden llegar a hacer como que se entregan, mintiendo, cara a cara, fingiendo, cara a cara. Algo que puede ser tan hermoso, como ella acabó siendo, y que ellos pueden convertir en algo tan sucio y oscuro, como ella empezó siendo.

Las relaciones familiares casi nunca son fáciles. Yo soy una realidad equívoca y ella, ellos, nunca han luchado en exceso por descifrarme y cuando han creído que lo hacían sólo me causaban heridas. Esas heridas, aún sin cicatrizar, en ocasiones se reabren y sangran y los arrastran a ella, a ellos, al mismo tiempo que a mí.

Me han denominado de diversas formas: desde Gea a Gaia, prevaleciendo habitualmente el nombre de “Madre Tierra”. Soy su madre, sí, soy una madre protectora y vengativa. Soy su madre y, por eso, me han traído a este geriátrico. Soy su madre y les debo una nueva lección.

1 2 3