mayo de 2010
número 3
Carlos Clementson
Poeta y traductor
CONSOLACIÓN DE LA BELLEZA
(Ángel López-Obrero contempla la ciudad
una tarde de lluvia)
Son las tres de la tarde. Noviembre, y hace frío.Sobre las blandas lomas de la campiña grávidanavegan lentamente galeones de nubescon las velas henchidas de viento del Atlántico.Por surcos y besanas va sembrando la lluviacon íntima tristeza la promesa del trigo.Son las tres de la tarde. Noviembre, y hace frío.Junto a la cal enferma de patios y callejas,como un viejo mendigo cansado del camino,el otoño reclina su cabeza de niebla.Está solo en la estancia. Con sus ojos inquietos,desde el estudio en calma, abarca la ciudad,sus confines agrarios fundidos en la bruma,mezquitas y conventos, alminar y espadañas,la calle de la Cárcel, o el patio de naranjospor donde cruza oscura la prisa de un canónigocamino de los doctos silencios del Archivo;tutelar e inminente, la gran torre, porosade sol antiguo y lluvia, y entre ciudad y campiña,el alfanje herrumbroso y cansado del río.Está solo en la estancia, frente al lienzo en agrazque acoge en su blancuraeste mismo horizonte de torres y azoteasque el jaramago encrespa con su humilde penachode heráldica pobreza menestral.
Poco a poco,
casi amorosamente, el pincel va esbozando,
dueño de la materia, del color y sus formas,
el plástico trasunto de la ciudad entrañable:
tejados y azoteas, espadañas, palmeras,
puertas desvencijadas que fustiga la lluvia
y el sol de los veranos,
decrépitas paredes donde con lentas uñas
el tiempo ha ido labrando su escritura de ruina...
(Entre la lluvia, a veces, deja filtrar el solun pálido reflejo de plata sucia sobrelas alas del arcángel de piedra que coronade Córdoba la torre).Cómo ha pasado el tiempo, casi sin darnos cuenta,como estas nubes pasan...Entre estas mismas calles jugara él, de muchacho,cuando Córdoba aún era un reino invulnerablede cal y de ternura, provinciano y domésticograve mármol de Roma, como una inmensa plazadonde ir descubriendo el don de la belleza.Bajo techos como éstos, su mano comenzara,por una extraño anhelo llevada o un misteriosoafán, a ir perfilandosus primeros dibujos, por un raro deseode plasmar para siempre ese oculto latidocálido y cotidiano de las cosas sencillas:una silla o una mesa, el silencio olorosode una vieja taberna, un búcaro con flores,o el brocal encalado de un pozo en el veranocuando el agua sabía a jazmines y a hiedra.Está solo en su estudio. Le acompañan sus cuadros:naturalezas muertas y paisajes vividos,cabezas de muchacha o adustos segadorescon el sol de la trilla metido hasta los huesos.(Desde un rincón irradia, matinal y rosada,la carne de un desnudo, tornasoles de fruta...)Frente al lienzo empezado, parece que fue ayer...Y sin embargo cuánta pequeña y grande historiaha ido desmoronando la gloria de aquel tiempofeliz entre naranjos y aromas de tahonaspor las calles de Córdoba.De aquel tiempo de entoncesqueda hoy tan sólo esta sutil disposicióndel alma en recrear la efímera presenciaserena de las cosas, como un pequeño dios,y restaurarle al mundo, de nuevo, su hermosuracon mentido verismo, con mucho amor: la magiadel color y la sombra sabiamente dispuestos.Contempla esos tejados que a emerger ya comienzansus cubistas volúmenes sobre la tela mientrasla lluvia va cayendo sobre calles y plazas.Deja una pinceladade azul triste en el blanco cansado de unos muros,esfuma un horizonte o perfila un contorno.Frente a sí la ciudad se recoge en un lentososiego de campanas.
Va cayendo la tarde.
Casi no le hace falta contemplar la teoríade este urbano escenario –tejados y espadañasde cal y de silencio- que a sus pies se adormece,porque lo lleva dentro desde hace tantos añosque es ya parte de sí, y su íntima bellezapor ajenos paisajes le ha acompañado siempre,a salvo ya en el fondo del pecho, intacta y puracomo un alto arquetipo de gloria indeclinable.Suspende ahora un momento la labor.Se echa hacia atrás y queda contemplándolo todocon los ojos de ayer: recuerdalos amigos perdidos, los árboles aquellosde las Ramblas, la brisa del Montseny,la tramontana derribando los bancos en Figuerasel año treinta y nueve; la huida por la costa,los márgenes repletos de coches atascadosy el paso de Port-Bou, la lluvia en la frontera,las ganas de llorar,la patria que quedábase ya atrás de nuestros pasos,y que nos despedía tapándose los ojoscon un último abrazo de niebla avergonzadamezclada a nuestras lágrimas.Y luego, al otro lado,los grandes arenales barridos por el viento,la inmensa playa abierta al frío, al hambre, al miedo,los granos de la arena clavándose en la cara,la humillación oscura de saberse sin nombre entre el rebaño,la indefensión del paria,la suciedad del mundo de pronto acumulándosedentro de aquel vacío de enfermedad y asco,mientras la cal de Córdoba, bajo el cielo de Francia,de lejos le llamaba o le hería desde dentro.(La tarde va cayendo con un lento cansancio.)Y queda absorto un ratocon los ojos perdidos al fondo de sí mismo,de su pequeña historia de español sin remedio,mientras, conforme, piensa
Y, al fin y al cabo, queda
tan sólo intacta y pura esta extraña inquietud,
esa íntima llamada que hace sesenta años
le llevara a afirmar la gracia de las cosas,
la realidad precaria de este mundo inestable.
Cómo a pesar de todo, tras el ruido y la furia
de un tiempo duro y triste,
queda entero este amor que le mantuvo a salvo,
invulnerable, aquellos
días de penitencia, ostracismo y pobreza.
ISSN: 1988-9607 | Redacción | www.iesseneca.net |